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París

La periodista que quiso ser noticia

Hasta hace dos meses era una perfecta desconocida. Desde entonces, ocupa periódicamente las portadas de diarios y publicaciones de medio mundo. Tristane Banon se ha convertido en la víctima francesa de Dominique Strauss-Kahn. Y con su denuncia por intento de violación, la periodista ha pasado de escribir la noticia a protagonizarla.

Tristane Banon, durante una sesión fotográfica para la presentación de su novela
Tristane Banon, durante una sesión fotográfica para la presentación de su novelalarazon

Aunque no parece que, como plumilla, la joven, de 32 años, haya despuntado ni revelado grandes «scoops». Su paso por los distintos medios de comunicación en los que ha colaborado –por recomendación y enchufe en muchos de ellos –ha dejado como regusto una cierta indiferencia. Hoy, su única primicia se reduciría de hecho a ser la primera francesa en querer llevar públicamente a los tribunales a DSK por tratar de abusar sexualmente de ella en 2003.

Inestable y algo desequilibrada
Ocho años han pasado desde los supuestos hechos, y aunque es ahora cuando se ha decidido a interponer una denuncia formal, varias son las ocasiones en que intentó que su caso saliera a la luz y revistiera un protagonismo que, hasta la detención en mayo del ex director del Fondo Monetario Internacional, nunca ha tenido. Por miedo de la prensa a gala a airear abiertamente presuntos trapos sucios de una personalidad tan influyente y popular como DSK, candidato favorito de los franceses para arrebatarle el Elíseo en 2012 a Nicolas Sarkozy, o simplemente por falta de credibilidad. Y es que quienes han tratado a Tristane Banon coinciden en definirla como una chica inestable y algo desequilibrada. Una personalidad inasible, llena de claroscuros, de sombras imposibles de contornear. Algo que no extraña cuando se repasa la biografía de quien, habiendo nacido Marie-Caroline, se hace llamar Tristane. Una suerte de versión femenina del amante desgraciado de Isolda en la célebre ópera de Wagner. Un nombre, derivado etimológico de «triste», y un personaje en el que la periodista y escritora parece reconocerse.
Un apelativo más comercial literariamente hablando y que le permite de paso romper con parte de su pasado, levantar un muro tras el que dejar una torturada infancia y una no menos difícil adolescencia. El de una muchacha taciturna y en carne viva que aún hoy no ha logrado recomponerse totalmente. «Que la justicia me reconozca como víctima evitaría que continúe derrumbándome», afirmaba esta semana en el semanario «L'Express», negando al tiempo que se trate de una venganza personal contra Strauss-Kahn.
Tristane Banon tiene la fragilidad aparente de un juguete roto. Las marcas de quien ha sido arañada por la vida. Y desde sus primeros pasos. A su padre, Gabriel, nunca le conoció. «Y de hecho no sé ni siquiera si está vivo», declaraba recientemente. A partir de ahí, la vida no la ha dado muchos momentos de tregua en una existencia marcada no sólo por la falta de referente paterno sino por la ausencia constante de una madre, Anne Mansouret, demasiado ocupada en hacer carrera. Primero como asesora de comunicación antes de aterrizar en la política en 1992 y labrarse un porvenir que le ha catapultado a puestos de responsabilidad dentro del Partido Socialista. Y precisamente dentro de la corriente «strausskahniana», la misma que ahora le estaría haciendo el vacío por alentar a su hija a denunciar al político francés después de que en el momento de los hechos la disuadiera de hacerlo.
Una ausencia traumática, pero en nada comparable al de ser una menor maltratada por una niñera marroquí, alcohólica para más señas, que también hacía las veces de madre sino que se extralimitaba en sus atribuciones desahogándose con Tristane a base de palizas.
Un calvario que relata en su primera novela, «He olvidado matarla» («J'ai oublié de la tuer»), una obra autobiográfica en la que Banon no sólo se inicia como escritora, sino que utiliza como arma para exorcizar los dolorosos fantasmas del pasado. Entre ellos, el de ver reemplazada la carencia de modelo paterno por una sucesión de hombres que frecuentaban su casa siendo sólo una niña. Unos pocos años después, se vería enfrentada a una experiencia no menos desagradable. Una prematura e involuntaria iniciación sexual que la convertiría en víctima de tocamientos por parte de un amigo de la familia, según reconoce en el libro. Con su madre las relaciones han sido tempestuosas. Y sólo desde hace un tiempo las aguas se han calmado. Relativamente. Según una amiga, «entre ellas se pueden decir todo y de manera muy directa, echarse en cara cosas pero sin juzgarse, sin reproches».
Cuando acontece el episodio «DSK», Banon tiene 23 años y es una recién diplomada en periodismo que decide entrevistar al político francés para incluir su testimonio en un libro sobre el carácter constructivo del error humano, «Errores (en masculino)», en el que hombres famosos explican cuál ha sido su error más grande y qué han aprendido de él.

El forcejeo
La segunda entrevista que mantienen degenera rápidamente, según ella, en agresión e intento de violación tras un violento forcejeo en el que el socialista galo le arrancaría el sujetador antes de tratar de desabrochar su pantalón. Los detalles, escabrosos, están recogidos en su segunda novela, «Trapecista», publicada en 2004 y también de tintes autobiográficos. De ella sorprende la distancia y el tono desenvuelto, hasta frívolo, que emplea en distintas entrevistas para evocar ese trance. En 2007 participa en una emisión en la que en torno a una cena con más invitados relata la escena a modo de anécdota. «Era un programa distendido, había bebido y no se trataba de ir haciendo llorar a la gente», se justifica. Sin embargo, asegura que muchas han sido las consecuencias personales y profesionales. En su vida íntima, ha llegado a sentir rechazo al contacto de un hombre. En su carrera, «me han puesto muchas veces en la lista negra» por haber hablado del caso. Dice que más de una puerta se le ha cerrado y hasta un editor la despidió arguyendo simplemente «mi mal trabajo». «Luego me enteré de que había firmado un acuerdo de principio para editar el libro de campaña de DSK», cuenta en una entrevista.
Hoy, vive refugiada en las afueras de París, con su perro como única compañía. Vive de lo que puede porque asegura no poder trabajarni dormir. Lo único que escribe es «todo aquello que no puedo decir desde el 15 de mayo». Quizá el argumento de su próxima novela.

Las mil y una caras de Tristane
Que le gusta una cámara no hay ni que decirlo. Para muestra, un botón. Si bien es cierto que algunas de ellas han servido para ilustrar sus libros, cada vez que ve un flash se pierde. Basta con buscar su nombre en Google para encontrarla en mil y una poses: sexy, de «pensadora», de niña buena... Además, es una asidua a colgar sus fotos con sus amigas en una noche de fiesta en las redes sociales con la más estudiada de sus sonrisas. Imágenes éstas muy alejadas de su última aparición pública, en la que, consciente de que había Prensa, se la veía más desaliñada y sin rastro de maquillaje.

Sinclair, la sufrida «esposa coraje» de DSK
Los vientos de la infidelidad la han zarandeado en más de una ocasión. Pero Anne Sinclair, la esposa de Dominique Strauss-Kahn, nunca se ha derrumbado ni cedido a la desesperanza. Y pese a la tentación, tampoco ha abandonado ante la adversidad. A su marido no sólo le ha perdonado los deslices en camas ajenas sino que ha sido la única en reivindicar su inocencia cuando la imagen del socialista francés, detenido y esposado por presuntos delitos sexuales en EE UU, daba la vuelta al mundo. Una abnegación que cuesta entender, pues fama y dinero no le faltan. Un misterio, que según algunos, sólo el amor puede explicar.