Finanzas

Paracaidista embalsamado

La Razón
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Al enfrentarme a mi objetivo de convertirme en un hombre malo no tardé en darme cuenta de que no sería tarea fácil. En el ambiente en que tenía que bregarme se necesitaba mucho dinero para pasar privaciones. Un tipo verdaderamente duro me dijo de madrugada en un garito que para dejar un pufo en aquel local antes tendría que demostrar que disponía del dinero suficiente para merecer la confianza del jefe. Aunque no se tratase en absoluto del mismo negocio, en el garito ocurría como en los bancos, donde sólo te dejan dinero en el caso de que demuestres no necesitarlo. Aquel tipo tenía razón. A efectos de conseguir prestigio no sería lo mismo estar abajo que haber caído. Por otra parte, había muchas maneras de caer que no eran la adecuada. Un tipo que llevaba unos cuantos años caído fue quien me puso al tanto: «No es lo mismo arruinarse por descuido, que conseguirlo como resultado de un esfuerzo. Necesitas ser organizado y sensato para hundirte con dignidad y sin perder la compostura. ¿Y cómo se hace eso? Con frialdad. Y sabiendo lo que haces. Un tipo verdaderamente inteligente se gasta el dinero de manera que parezca que lo ha empleado en pagarse el placer de su ruina». Yo no tenía mucho dinero, así que necesité pocos esfuerzos para hundirme. En cuanto al empaque con el que enfrentarme a la caída, supuse que consistía en que no se me notasen los nervios, es decir, en dar siempre los mismos pasos para ir al retrete. Un hombre que controla su esfínter tiene mucho camino andado para controlar también su conciencia. Aquel tipo me dijo también que la entereza se ve en que los tipos duros apenas parpadean y las pocas veces que tragan saliva no se les nota como a los cobardes, que hacen los mismos gestos que si su saliva fuesen doscientos gramos de avellanas. Le pregunté qué sería de mí cuando me quedase sin dinero en el garito. Y aquel tipo me dijo: «Si has sabido guardar las formas y gastaste la pasta con estilo, amigo, en ese caso no tienes nada que temer. Te habrás convertido en un respetable hombre caído. Las chicas del club no te volverán la espalda por eso, muchacho. Te mirarán con el respeto con el que se contempla a un filántropo y con la admiración que se merece alguien que ha caído con la lenta y calculada elegancia con la que en medio de la penumbra llega al suelo un paracaidista embalsamado». Después él se largó y yo me quedé entre el humo durante mas de veinte años. Es cierto que nunca conseguí ser un hombre verdaderamente malo, pero conservo de aquel tiempo el recuerdo de haber sido parte de un mundo doloroso y a la vez analgésico, un lugar en el que al remordimiento le fallaba cada noche la memoria y te podías permitir el lujo de ser pobre a manos llenas.