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Alfonso de Bourbon: El hombre que pudo reinar

José María zavala es el autor del libro «Bastardos y Borbones» (Plaza&Janés)-Ha muerto atropellado por un camión de la basura en San Diego, California, un supuesto hijo ilegítimo del primogénito de Alfonso XIII. En esta entrevista cuenta su infancia en Suiza y su posterior vida en Estados Unidos 

Alfonso de Bourbon: El hombre que pudo reinar
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La Jolla es hoy una próspera comunidad de más de 40.000 residentes en el interior de la ciudad californiana de San Diego. En aquel paraíso mantienen abiertas sus mansiones actores como Gregory Peck, Cliff Robertson o Raquel Welch; directores de cine como Gore Verbinski, a quien se debe la exitosa película «Piratas del Caribe»; y escritores vivos como Anne Rice, autora de «Entrevista con el vampiro», o muertos, caso del más célebre todavía Raymond Chandler, fallecido allí.

Pero casi nadie en España sabía que en aquel recóndito lugar del Pacífico residía hasta su trágica muerte un hombre octogenario que decía llamarse Alfonso de Bourbon Sampedro, dando así preferencia al regio apellido en francés, pronunciado igual que el whisky americano.

Don Alfonso, desde luego, lo pronunciaba a la perfección, pues el francés fue el idioma de su infancia y juventud, aunque también dominaba el inglés y el alemán, incluso mejor que el español. Educado en las universidades de la Sorbona y de Heidelberg, fue luego intérprete en las Naciones Unidas, hasta que en 1975 recaló en La Jolla, donde vivía desde hace más de 34 años en un modesto «condo» de su propiedad, como denominan allí a los apartamentos de varios dormitorios, situado en el 105 de Eads Avenue.

«Yo sé quién soy»

Alfonso de Bourbon constituía una excepción a los jubilados ricos que viven hoy casi a cuerpo de rey en La Jolla; a diferencia de ellos, su existencia discurría modestamente, en el más absoluto anonimato. Nadie diría que aquel hombre frágil y espartano en sus costumbres era el hijo secreto del príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia.

Él, al menos, aseguraba serlo: «Yo sé quién soy», insistió durante nuestra entrevista celebrada en noviembre de 2009. Y la verdad es que, a falta de una prueba de ADN, al verle por primera vez tuve la sensación de contemplar el vivo retrato de Alfonso XIII.

Se diría que medía lo mismo que él: alrededor de 1,80 metros de estatura; era más bien enjuto, enfundado en un traje azul a juego con la corbata de franjas con la enseña española; la flor de lis, símbolo de los Borbones, relucía en el ojal de su americana.

El bigotillo, encanecido a su edad, y la frente ancha recordaban también al monarca y a quien él decía ser su padre, el príncipe de Asturias; igual que su sonrisa pícara y entrañable a la vez. El perfil netamente borbónico constituía otra prueba física palpable de su filiación; lo mismo que sus ojos, más azules aún que su pretendida sangre azul, idénticos a los del príncipe de Asturias, heredados a su vez por éste de la reina Victoria Eugenia.

Su hablar era pausado y su entonación, armoniosa, con acento afrancesado. Era atento y ceremonioso: el anfitrión perfecto, que una y otra vez insistía en que «mi casa es su casa». Lo primero que llamaba la atención al entrar en su apartamento era el tremendo desorden: montones de objetos y cajas se apilaban en el salón y en el pasillo, como si todo aquel arsenal de cachivaches aguardase a ser embalado ante una inminente mudanza.

Sus recuerdos, registrados en cinta magnetofónica, arrancaban hacía exactamente 77 años en Suiza, donde decía que vino al mundo.

El abandono

–«Nací en Lausana, el 22 de octubre de 1932 –arrancó nuestra entrevista–. Mi padre era Alfonso de Borbón y Battenberg, que falleció sólo seis años después en Miami, Florida, tras un desgraciado accidente de automóvil. Mi madre era Edelmira Sampedro, mujer de una buena familia cubana. Oficialmente ellos no tuvieron hijos... ¿Entiende que quiero decir?».
–«Sí, claro –asentí– como otros Borbones huérfanos, contra su voluntad, de su propia historia».
–«Yo no tengo documentos que acrediten mi filiación. La única prueba que tengo es mi asombroso parecido con Alfonso XIII. Todo el mundo dice que mi rostro es casi idéntico al de él».
–«De eso mismo doy fe yo también, pero… ¿Quién le dijo a usted que su padre era el príncipe de Asturias?».
–«Me lo dijeron en Suiza, donde vivía yo entonces».
–«¿Quiénes?».
–«Las hermanas católicas».
–«¿Estuvo en un convento?».
–«No exactamente; porque en un convento las monjas no suelen relacionarse con personas de fuera. Era más bien una casa de acogida, regentada por las hermanas católicas de San Carlos Borromeo».
–«¿Vivió con sus padres?».
–«No, no… porque ellos viajaron mucho en aquellos años a Estados Unidos y a Cuba; yo fui criado, como le digo, por las hermanas católicas en Suiza».
–«Entonces, sus padres le entregaron a ellas en adopción…».
–«Así fue; ellas me criaron».
–«¿Recuerda dónde nació? ¿En una clínica? ¿Tal vez en una casa particular?».
–«No lo recuerdo».
–«Disculpe si le digo que me sorprende mucho que una madre sea capaz de abandonar así a su propio hijo».
–«Bueno, mi padre era hemofílico, como usted sabe. No quiero enjuiciar a mi madre, pero a las mujeres cubanas, aunque sean muy lindas y encantadoras, les gusta mucho divertirse. Igual que a mi abuelo Alfonso XIII, que en paz descanse; mientras el rey gozó de buena salud, el dinero que tenía lo gastaba en night-clubs. De todas formas, le recuerdo que Nuestro Señor Jesucristo dijo muy claramente: «No juzguéis, y no seréis juzgados».
–«Es usted católico…».
–«Por supuesto».
Le pregunté si llegó a conocer a su padre: «No», aseguró.
–«Tenía usted seis años cuando él falleció», insistí.
–«Pero, por desgracia, no poseo ningún recuerdo de él en mi memoria –lamentó–. Cuando mis padres me cedieron en adopción a las monjas en Suiza, ya nunca más volví a verlos».
–«¿Ni siquiera conserva una foto o algún otro objeto de él?».
–«Tan sólo una imagen de mi padre, vestido de uniforme militar; era realmente guapo de joven. Compruébelo usted mismo» –añadió–, tendiéndome una pequeña fotografía».
Era un bello retrato del príncipe, tomado el 14 de junio de 1920, con tan sólo trece años. Aparecía, en efecto, uniformado de campaña, luciendo el Toisón de Oro y la placa del Principado de Asturias.
–«La verdad es que se parece usted bastante a él» –advertí.
–«Bueno, yo tengo los ojos también azules y de niño tenía el cabello rubio, como él, aunque ahora se me haya vuelto casi todo blanco», dijo, con media sonrisa.
–«¿Por qué no ha reclamado jamás su apellido Borbón ante la Justicia española?».
–«Yo nunca fui inscrito oficialmente –aseguró–. En países con religión protestante reconocen también a los hijos ilegales [ilegítimos], los cuales son registrados y reciben una pensión económica; pero en los países de religión católica, como es mi caso, no reconocen a estos hijos y por tanto yo soy hijo ilegal [ilegítimo]».
–«Pero a usted –le repliqué–, si aportase pruebas fehacientes de su filiación, es posible que le reconocieran hoy los tribunales españoles. Eso mismo hicieron los jueces, por ejemplo, con Leandro Ruiz Moragas, hijo ilegítimo del rey Alfonso XIII con la actriz Carmen Ruiz Moragas, que hoy se apellida al fin Borbón con todas las de la ley».
–«Bueno, pero a mí esas cosas ya no me importan. Yo mismo sé quién soy. No sólo por mi gran parecido con Alfonso XIII, sino porque yo sé quién soy –insistió–. Por otra parte, ignoro cuánto tiempo más el Todopoderoso me mantendrá en esta tierra», dijo con aire profético.
–«¿Mantiene usted que el príncipe de Asturias es su padre?».
–«Sí», sentencia.
–«Es su palabra».
–«Pero quién sabe si, una vez publicada, mi palabra puede sembrar inquietud en la Casa Real española, donde seguramente pensarán qué pretende conseguir a estas alturas una persona como yo, que vive en California».
–«¿Qué nacionalidad tiene?».
–«Norteamericana».
–«¿No es también suizo?».
–»Sí, claro».
–«¿Está casado?».
–«Soy soltero. Pero soy un hombre normal» –aclaró, tratando de ahorrarme extrañas suposiciones. Y añadió: «Me gustaría tener un dólar por cada linda muchacha de la cual yo estuve enamorado».
–«¿Tiene hijos?».
–«No, al menos que yo tenga constancia [risas]».
–«¿De qué vive usted?».
–«Vivo del seguro social. Nunca pedí ni un centavo a la Casa Real. En los países protestantes, como sucede en la Casa Real inglesa, los hijos ilegales [ilegítimos] reciben una pensión, pero no así en los países católicos. Siempre he trabajo, ganando mi pan diario honradamente. Quiero subrayar que no hago ninguna reclamación de herencia ni financiera. Sé quién soy y lo que la gente aquí o en España piense sobre mi filiación, sobre si soy un farsante o un impostor, ya no me importa. Insisto en que quiero evitarle cualquier contratiempo por mi causa».