Historia

San Petersburgo

La momia

La Razón
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Leo con preocupación que el 70 por ciento de los rusos desea la retirada y posterior enterramiento de la momia de Lenin. Lo sentiría de verdad porque me llevo muy bien con ella. Lenin en momia es educado y cortés. Sus cuidadores le cambian el traje de cuando en cuando.

Moscú no es San Petersburgo. La capital de Rusia es una ciudad circular y fea, y sólo la Plaza Roja y su inmediato contorno pueden resultar interesantes. El resto es consecuencia de los planes quinquenales comunistas. Un espectáculo atroz. El sueño de Lenin ha sido visitado por todos los turistas que han pasado por Moscú en las últimas décadas. Sus ideas llevadas a la práctica causaron centenares de millones de muertos, y la URSS y sus naciones dominadas –desde Polonia a Hungría– vivieron en una gélida e insoportable prisión preventiva. Pero muerto el perro se acabó la rabia. El comunismo sobrevive en Cuba, en Corea del Norte y en algún miembro de la familia Bardem. China husmea las ventajas del capitalismo con frenesí. Derrumbado el comunismo, la momia queda monísima y atractiva.

Enterrar a Lenin en el cementerio de Volkóvskoye en San Petersburgo supondría un gran error.
Lo que hay que hacer con la momia es modernizarla. La izquierda se pierde en sus mentiras. Mucho progresismo de boquilla, pero siguen vistiendo a Lenin como en la década de los veinte del pasado siglo. Un Lenin veraniego con camisas floreadas, pantalones vaqueros y zapatillas de deportes de marca atraería a millones de visitantes. Y un Lenin primaveral vestido por Modesto & Lomba o por Vittorio y Luchino sería un Lenin alegre y positivo, y como dicen ahora los papanatas, perfectamente sostenible. En otoño, para no enfrentarse a la crisis, se podrían aprovechar los trajes grises que hoy le encasquetan, y en invierno habría que dar el golpe definitivo de modernidad. Un Lenin de «aprés sky», con modelos de Saint Moritz, Megéve o Baqueira Beret.

Además, que no está demostrada del todo la muerte de Lenin. Sí certificada, pero no demostrada, que hay largo trecho de distancia entre una cosa y la otra. Lo he contado. Antonio Burgos, José Oneto y el que escribe fueron testigos del milagro. Acudimos en plena «Perestroika» a visitar a Lenin a su mausoleo, inspirado en un panteón cristiano. Abandonábamos el lugar cuando ingresó en el recinto el gran José María Carrascal, que llevaba una corbata naranja con dragones violetas y verdes que soltaban por sus bocas llamas de fuego carmesíes. Lenin, al ver en su entresueño la corbata de Carrascal, se asustó y dio un brinco antes de recuperar su postura establecida. ¿Figuración? No lo descarto. Burgos, Oneto y el que escribe habían trasegado la noche anterior una considerable cantidad de vodka, pero la coincidencia en la visión no puede, en el plano científico, atribuirse a una resaca. Y ahí dejamos a Lenin, asustadísimo y asustadísimos.

Moscú ha cambiado mucho, pero su Plaza Roja se mantiene intacta. La momia de Lenin forma parte de su paisaje anímico. La visión del cadáver de Lenin es gratificante y conmovedora. Y lo repito. En momia, aquel singular asesino, queda bien, cordial, respetuoso y si me apuran, hasta guapo.