Estreno
CRÍTICA DE CINE / «Carta blanca»: Renoir va al lavabo
Directores: Bobby y Peter Farrelly. Intérpretes: Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jenna Fischer y Christina Applegate. Guión: P. Jones, K. Barnett y B. y P. Farrelly. USA, 11. Duración: 105 min. Comedia.
Con motivo del estreno de «Amor ciego» –la que es, según mi opinión, la obra maestra de los hermanos Farrelly–, la crítica Stephanie Zacharek los calificaba como los Jean Renoir del humor de lavabo. No se equivocaba: son practicantes de un humanismo tosco pero seguro, insólito en el seno de la comedia gamberra. ¿Qué sería del cine de Apatow y acólitos sin los pioneros Farrelly? Sus películas son amorfas, arrítmicas y grotescas, pero están recorridas por un carisma ausente en el 90 por ciento de la comedia «mainstream». «Carta blanca» se apunta al carro de las «bromantic comedies» estilo «Resacón en las Vegas» –subgénero que inventaron en su memorable ópera prima, «Dos tontos muy tontos»– para dar la enésima vuelta de tuerca a los temas de la amistad masculina, el peterpanismo príapico, la rivalidad intergenérica y esos prejuicios –raciales, sexuales, de clase– que nos hacen más débiles y vulgares.
Cierto es que la radical procacidad de algunos de los gags de «Carta blanca» –pienso en un estornudo-ventosidad que te deja boquiabierto– parece diseñada para otorgar a los Farrelly el título de cineastas más misóginos de la historia. Pero su cine siempre da una de cal y otra de arena: a una broma de mal gusto le corresponde una generosa dosis de sacarina, a una ruptura con la moral tradicional le sigue un elogio de la vida en los suburbios. Pero es precisamente en la tensión entre opuestos donde el cine de los Farrelly consigue un atractivo (des)equilibrio. Si los maridos consumen su semana de libertad sin que la sangre llegue al río, sus esposas disfrutan a tope de su soltería. En «Carta blanca», la dicotomía machismo-feminismo no sirve: los hombres quedan en peor lugar que las mujeres, obsesionados como están por los pechos y el tamaño del pene. «Carta blanca» funciona a ráfagas –la secuencia del campo de golf y la aparición de Richard Jenkins como gurú del ligoteo son impagables– que saben cómo dejarte noqueado.
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