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OPINIÓN: La Organización

La Razón
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Dicho sin aditivos, «La Organización» podría confundirse con un sindicato del crimen manejado por el Doctor No en cualquiera de las entregas de James Bond. De entre la sarta de declaraciones casi delictuosas o llanamente delictivas que perpetra Laura Gómiz en la reveladora grabación que escuchó todo el periodismo andaluz durante el fin de semana, no es lo más aberrante su abjuración de la ética. Por desgracia, el comportamiento de un político de cualquier condición dista de las normas morales lo mismo que Tokio de Buenos Aires. Lo verdaderamente escandaloso es que la truhana afirme con naturalidad que ese pasarse los mecanismos de control que deben regular el gasto público por el forro de los cojones es imprescindible para trabajar en «La Organización» . Habría que rogarle concreción: ¿En Invercaria?, ¿en la Junta de Andalucía?, ¿en el PSOE? ¿Qué «gente de arriba» insta a la expedición de informes truchos para repartir entre quien convenga el dinero de nuestros impuestos? ¿El consejero del ramo, Griñán, Susana Díaz, Viera o Rubalcaba? ¿O acaso son los capos de la familia Soprano quienes rellenan los sobrecitos?

En el mundo abertzale, siempre se refirieron a ETA como «la empresa». Ahora urge saber qué es exactamente «La Organización» para esta dirigente socialista y por qué alguien que se muestra puntilloso con el destino del dinero público no le sirve a la señora Gómiz como trabajador de la misma. Igual que en la caja de reclutas de la Legión Extranjera se abandona el pasado, en el guardarropa de «La Organización» deben dejar los empleados, cada mañana al entrar, los abrigos y la decencia. Mario Jiménez, homónimo y paisano de un Premio Nobel con quien todo parecido intelectual es mera coincidencia, cuestiona la calidad del sonido de las grabaciones en una precisa dramatización del célebre proverbio chino: «Cuando un dedo señala la Luna, sólo los necios se fijan en el dedo». Si la estrategia de defensa consiste en criticar a una cinta magnetofónica, deben estar de porquería hasta el pescuezo. Cada minuto que transcurra con Laura Gómiz en la empresa delata como cómplices a todos sus superiores, del presidente autonómico hacia abajo. Puede que la corrupción sea inevitable, sí, pero el nivel de tolerancia con los presuntos corruptos resulta del todo insoportable.