Estados Unidos
Guerra No gracias
La guerra de Irak «acabó» con Sadam Hussein ejecutado en la horca. Murió con un ejemplar del Corán entre las manos. Había sido condenado por crímenes contra la humanidad. El que fuera dirigente del Partido Árabe Socialista Baaz, el invasor de Kuwait, el presidente que fue apoyado por USA, la URSS y Francia en su guerra contra Irán (años 80), el sospechoso de ocultar armas de destrucción masiva, pasó sus últimos meses de vida escondiéndose en lóbregos sótanos hasta que lo sorprendieron y capturaron en los alrededores del pueblo donde nació. A Hussein, la coalición internacional liderada por EEUU lo derrotó rápido. La guerra propiamente dicha fue corta. Lo peor está siendo la posguerra. Todo ha sido posguerra, en realidad, desde el 20 de marzo de 2003 hasta ahora. Y en lo de «posguerra» puede incluirse la guerra civil que sigue activa de una manera u otra. La insurgencia y los atentados terroristas también contribuyen a que la llama continúe encendida.
Sin embargo, ya apenas se habla de la guerra de Irak. A no ser para utilizarla como demostración de que «Libia no es Irak», expresión muy al gusto de las autoridades que comandan la invasión del momento sobre el penúltimo sátrapa socialista árabe subido a un impresionante barril de petróleo. (¿Que Libia no es Irak? Bueno, habrá que verlo).
«Lo de Irak» pasó de moda para nuestra sensible conciencia colectiva y fue sustituido por «lo de Afganistán». Si bien lo de Afganistán no fue algo posterior, sino paralelo en el tiempo a «lo de Irak». Se suponía que la «intervención» (esa palabra tan quirúrgica con que se designa ahora a la guerra) era la respuesta a los atentados del 11 de septiembre en los Estados Unidos.
Encontrar a Ben Laden y derrocar al régimen talibán semejaba una empresa sencilla. Al igual que ocurrió con Irak, la lista de países beligerantes era larga y solvente. Pan comido. Pero en el mismo trozo del mundo donde encallaron el imperio británico y el soviético, las guerras nunca son fáciles: Afganistán es un país eternamente en combate, acostumbrado a luchar contra el mundo. Siempre gana. De momento, Wikileaks mediante, no tenemos muy claro qué ocurre ahora mismo en Afganistán. Salvo que florece el tráfico del opio.
Olvidamos rápido. Será porque la actualidad no nos da respiro. De un día para otro, «lo de Japón» se nos antoja poco relevante porque la radiación es desplazada por los hidrocarburos. De un día para otro, Irak y Afganistán no importan. Hoy es Libia. Mañana será Siria. O Yemen. En 2003 una ola de pacifismo (¿anti-Bush?) recorrió el mundo. Se convocaban manifestaciones «globalizadas» contra la guerra de Irak: de España a Italia, de Australia a Polonia… El lema era: «No a la guerra». Hoy, de aquella pegatina sólo se acuerda Llamazares. El pavisoso Obama no despierta el odio que provocaba Bush, y además lo hace todo como desganado. Después de Bush y Aznar preferimos al líder «soft», suave. Dirigentes que actúan igual que Bush, pero nos irritan menos.
Aunque la guerra siga siendo la misma.
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