Londres
Del negro al amarillo
Agosto es también un mes cruel. Standard and Poor's decidió rebajar la calificación de los bonos estadounidenses. Moody's mantuvo su máxima calificación y Fitch espera hasta fines de mes para decidir. La noche del día 5 y los días 6 y 7 ardían los teléfonos de los dirigentes máximos y el pesimismo auguraba otro lunes más que negro: el apocalipsis. Se hundió la Bolsa israelí (porque abre en domingo) y las asiáticas se manifestaron pesimistas. Lo cierto es que la desacreditada agencia de calificación había apuntado con anterioridad que EE.UU. había dejado de ser lo que parecía, tal vez –apostillamos– desde la guerra de 1898 contra España. Pero las maniobras de los «grandes», con el BCE, siempre titubeante, aunque ha puesto 5.000 millones sobre la mesa, consiguieron salvar en parte otra situación delicada que fue degradándose a medida que pasaron las horas y abrió la Bolsa estadounidense. La catástrofe bursátil era previsible y de nuevo el fantasma de la recesión volvió a pasearse a ambos lados del Atlántico de uno a otro banco. Los analistas de la agencia reprocharon la incapacidad de la clase política estadounidense para llegar a un acuerdo sobre el techo de gasto. Y esto algo ya nos suena por estos lares. El presidente Obama bailó al son del Tea Party hasta última hora y apenas logró salvar parte de aquel programa ilusionante: «Nosotros podemos». Los gastos de dos guerritas, la de Irak y la de Afganistán, heredadas de la anterior Administración, entre otras circunstancias, lastran presupuestos e impiden inversiones. No sin cierto temor observó cómo a sus primos y socios británicos empezaban a salirles violentos contestatarios en los extrarradios de Londres y otras ciudades. Los recortes acaban pagándose, porque la paz social tiene un precio. Italia y España, en el ojo del huracán, fueron rescatadas, porque con ellas se hundía el euro y hasta los chinos reclamaron una actitud política más firme. En horas veinticuatro pasamos de las musas al teatro.
No sin sorpresa, algunos discípulos han observado que los problemas del maestro son parecidos a los suyos. Se les exige a los EE.UU. que disminuyan el déficit, que recorten gastos, que abandonen cualquier veleidad keynesiana. Si Obama hubiera analizado el fenómeno Zapatero habría advertido que nadie puede permitirse salirse de un camino trazado por los neoliberales, azuzados, además, por una derecha más radical y religiosa que nunca. Si el orbe entero es un mercado –del que no participa el Cuarto Mundo, los que mueren de hambre– éste se rige por leyes inflexibles. Las desigualdades de una zona a otra son tan grandes que el balanceo tiende a un reequilibrio que, lógicamente, perjudicará a quienes se consideren centro. Europa quiso ser centro y modelo y sus dificultades no han hecho sino empezar. La «inteligencia» europea que emigraba a los EE.UU. hoy observa otras salidas: los países emergentes, los del Golfo o India y China, cuyos recursos auguran un futuro de potencias dominantes. Si los «siete» o el G 20 se ponen de acuerdo podrán salvarse otros momentos críticos.
Pero hay que seguir las reglas al pie de la letra, como dicten los que las dictan. Alemania tuvo, contra sus principios, que jugar una vez más un papel de hermano mayor, que le restará más votos a una Sra. Merkel más interesada por su mercado que por la función de árbitro de la Unión que se le asigna. Ya vimos cómo reaccionó el DAX. Sarkozy se tienta la ropa y descubre que su «charme» es descriptible. El euro ha pasado de solución a problema. Los estadounidenses son conscientes de que su papel en el exterior debe reducirse. Han renunciado a planes como los de la NASA, a bases en el exterior, a costosos proyectos de defensa –tal vez ya innecesarios–. Pero seguirán siendo país de referencia con su moneda, aunque sus ciudadanos tengan la sensación de ser algo más pobres. Han perdido un tiempo tal vez irrecuperable. Desde hace años, eligieron Asia o el Pacífico y abandonaron su anterior vocación continental. Tal vez todo comenzó en Corea y Vietnam. Lograron acabar con la URSS –aquel proyecto degradado se deshizo como un helado–, pero la división que se advierte en el seno de la sociedad estadounidense, no augura mejores tiempos. El crecimiento económico occidental será lento. Y, sin los EE.UU., los europeos tampoco podremos seguir siendo lo que parecemos. Nada se habrá resuelto en este extraño verano de 2011, aunque atravesemos una amplia gama de colores: del negro al amarillo.
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