Sevilla
OPINIÓN: Los puentes y el pasado
La facción más festiva de la ciudad atraviesa el Quema mientras que Juan Ignacio Zoido concluye su peregrinación de un lustro en la oposición para cruzar el Rubicón del despacho del alcalde, donde se retrató con ese antecesor que presume de laico y abomina de cualquier ceremonia, ya sea religiosa o democrática. Cualquier estudiante de primero de Antropología sabe lo importante que son los gestos en cualquier ámbito de la convivencia humana y la clamorosa ausencia de Monteseirín es más elocuente que una tesis de Ciencias Políticas: así se desviste un cargo de toda dignidad. No se veía cosa semejante en Occidente desde que Napoleón arrebató a Pío VII la corona imperial para calzársela él mismo. Faltará un Jacques-Louis David que pinte la escena, en la que los más agudos pondrían también el acento sobre la soledad de Juan Espadas. Ni siquiera con doce de los suyos como el Cid, sino con dos menos, el candidato socialista cabalgará en el desierto y es muy posible que muera de sed en la travesía porque en su partido están las cosas como están. Ni ha sido buen vasallo ni tiene un buen señor al que servir. Es apenas un reyezuelo taifa condenado a ejercer una oposición para la que ni se ha preparado ni cuenta con el grupo municipal adecuado. Nunca como hoy tuvo sentido decir que es el primer día del resto de nuestras vidas.
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