Rock

El blues de Teddy

La Razón
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En los encajes modernistas de la SGAE anidan como golondrinos las sospechas de que los piratas no estaban fuera, sino en la cocina amasando letras de cambio y llevándose cruda la música a otra parte. Qué sarcasmo, por el día cazaban a lazo huidizos «manta» de estómagos vacíos y por la noche ocultaban bajo la manta la pitanza de los estómagos agradecidos. Pero el juez ha llegado ya a la plantación y un rumor de machetes arde entre la maleza. «Ponte de rodillas nena y reza, reza, reza por su amor», cantaba Teddy Bautista en los chiringuitos de los años 60, aquella edad de la inocencia sin recaudadores emboscados en las verbenas ni espías en las bodas que anotaran pasodobles con derechos devengados. El Bautista, nena, ya apuntaba maneras y no tardó en cambiar la guitarra por la caja registradora para hacerse recaudador de impuestos en vez de haberse hecho predicador. A fin de cuentas, se trataba de poner a la feligresía de rodillas, pasar el cepillo y aplicar el derecho canónico digital. Así que abrió ventanilla en aquel sindicato vertical de actividades diversas llamado SGAE y lo convirtió con ayuda del Gobierno socialista en el chiringuito más poderoso del país, una auténtica fortaleza en la que ha reinado durante casi 30 años sobre una legión de cobradores sin alma e inspectores frustrados de la Secreta. En torno a sí mismo tejió un entramado jurídico inexpugnable, un ecosistema electoral propio (en la SGAE no rige el principio democrático de un hombre un voto) y una red clientelar en la que han abrevado ministros, sátrapas caribeños y cantamañanas con programa propio en televisión. Ha dictado leyes, cambiado reglamentos y deshojado el Código Penal para cobrar peaje a la banda sonora de nuestras vidas. Algunas veces acertó, pero en su frenesí terminó viendo bucaneros y malandrines donde sólo había asustados inmigrantes, gente cantando bajo la ducha o afiladores de Orense. Luego llegó internet y el odio se enredó en sus pies como la madreselva. Tal vez no se merecía tanta inquina ni que los internautas le maldijeran como el nuevo sheriff de Nottingham, pues en esos bosques tan tupidos tiende a confundirse al Capitán Garfio con Robin Hood. Pero ése es el triste epílogo de quien empezó rasgando blues a la guitarra: «No puedo volver a casa, mi dolor es demasiado fuerte... rezar, llorar y sentir el dolor... Quiero decirte lo de antes: ponte de rodillas, nena».