San Sebastián
Alejandro Talavante en el sitio
Amanecíamos con la muerte de Manuel Martínez Molinero. El mítico profesor de la Escuela Taurina de Madrid para tantos y tantos matadores y aspirantes al milagro del toreo. Fundó con Martín Arranz la escuela de la que saldrían Joselito, Bote, Yiyo, El Juli... Y de la que bebieron muchísimos más. Molinero se esmeró durante toda su vida en inculcar el respeto al toro, a la Fiesta, a la profesión
El maestro por encima de todo y el ojo en las pequeñas cosas: nada se le escapaba a Molinero sobre la colocación en una plaza. La manera de liarse el capote, hacer el paseíllo con armonía, en torero, y saber dónde tiene que estar cada uno en el maravilloso ritual que se convierte cada tarde de toros. A todos trataba por igual. El maestro se fue en una fecha taurina, con toros en muchas plazas, a pesar del duro varapalo que supone la crisis, también para el toreo. Y en San Sebastián Alejandro Talavante se entretuvo en cortar una oreja con mucha fuerza, tanta que se le pidieron las dos, pero al presidente se le atascó la segunda. Todo lo hizo Alejandro por el camino del clasicismo, fácil lo difícil, entregado y con precisión. Ese toque que hace arder la llama de un toro que iba, que descolgaba en la embestida, pero había que marcarle el rumbo, el hasta dónde. Y Talavante lo meció al natural, desde el principio, en el centro del ruedo con la muleta en la izquierda para abrir boca. No se anduvo con periferias y toreó bonito, y profundo en un par de tandas. Cuando el toro ahogaba las penas y se apagaban las arrancadas, se metió Talavante en el lugar prohibido. Cerca de los pitones, aunque más cerca los tuvo en las bernadinas con las que remató.
El sexto, muy serio, muy basto, tuvo lo justo para abreviar. No era claro en el viaje, miraba insistente antes de pasar y con la cara suelta. Se justificó Talavante.
Antonio Barrera anduvo valiente, sincero y con ganas de que las cosas rodaran de verdad. La firmeza presidió la faena a su primero, un toro brusco, con opciones aunque salía con la cara alta por el derecho y a veces iba por dentro. Y así, el margen de maniobra se consume. Descolgó por el izquierdo a pesar de que viajaba menos y Barrera ligó la faena, dispuesto siempre e intentado hacer al toro.
A portagayola se fue con el quinto, que era sobrero, un toro muy grande, con caja y cuesta arriba. Y nunca consintió bajar la cabeza. Fue un bicho en la muleta y un cabrón en la suerte final.
A Hermoso de Mendoza se le tributó con frialdad la faena a su primero, que tuvo muchas cosas buenas. Pero da la sensación de que en las corridas mixtas se respiran dos ambientes, dos versiones y cuesta que comulguen. O una cosa u otra. Estropeó la buena labor al cuarto con el rejón de muerte. Ésta se dilató. Todo lo había puesto en juego el jinete navarro.
Talavante se había hecho con la tarde. En el sitio, su sitio, en el camino de la plenitud.
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