Tokio
Por qué no lloran en público
El mayor terremoto de la historia de Japón, un tsunami y una nube radiactiva que acabaría con millones de vidas, y los nipones actúan con un autocontrol que ha llamado la atención de occidente. ¿Por qué no lloran en público?
La ociosa espada / sueña con sus batallas. / Otro es mi sueño. / El hombre ha muerto. / La barba no lo sabe. / Crecen las uñas». En Japón no hay espacio para el individualismo. En un país en el que 127 millones de personas conviven en 377.835 metros cuadrados el interés colectivo prima sobre el individual. Así lo captó Jorge Luis Borges en un «haiku» publicado en «El oro de los tigres».
Otro es mi sueño. El hombre ha muerto. Un terremoto y un tsunami que se han llevado por delante casi 15.000 personas, de las que 5.457 han fallecido oficialmente y 9.508, han desaparecido. Muchos no aparecerán, sus cuerpos quedarán a merced del mar o sepultados bajo el lodo.
La barba no lo sabe. Crecen las uñas. La sociedad japonesa sigue avanzando en compañía de la muerte y el desastre. Barcos estrellándose contra los puentes, el agua inundando las carreteras, coches flotando como si de colchonetas se tratara, torres de electricidad cayendo como lápices... Y la sociedad continúa.
Japón se recompone
La bolsa funciona. Y el Metro. La distribución de agua y alimentos es algo cotidiano. Recientes tenemos las imágenes del terremoto de Haití en enero del pasado año, imágenes que mostraban una población presa de la desesperación, el hambre y la angustia. En Japón, los medios de comunicación prefieren utilizar el espacio para alentar a sus ciudadanos, no para alarmarlos o aterrorizarlos.
A diferencia de los occidentales, que advierten sobre la posibilidad de un segundo Chernobyl, unas imágenes del diario «Asahi Shimbun» muestran cómo un miembro de los servicios de socorro carga con una mujer mayor a sus espaldas. Los dos sonríen. En el periódico económico «Nihon Keizai Shimbun» se dan consejos prácticos para protegerse de las emisiones radiactivas. ¿Qué les hace a los japoneses no perder el control?
«Todos los japoneses llevan un samurai dentro», explica Miguel Ángel Cristóbal Carle, psicólogo experto en formación «cross cultural», con más de 20 años de experiencia. Es, además, socio fundador de la Healthy Work. Una de las creencias de los guerreros nipones era que con quinientos aliados se puede derrotar a una fuerza enemiga de diez mil hombres. «Funcionan unidos, en colectividad. En la cultura japonesa los sentimientos no se expresan porque puedes molestar al otro al transmitirle energía negativa.
Las emociones se manejan dentro de un mundo interior». Que, cuando falla, el resultado puede ser mortal. Japón es el segundo país del mundo con un mayor índice en suicidios. «Lo importante es el grupo y cada uno antepone los intereses colectivos a los propios porque, si gana el grupo, gana uno también». Es lo que el filósofo y escritor José Antonio Marina argumenta en su libro «Las culturas fracasadas».
Marina explica que las sociedades inteligentes potencian lo mejor de los miembros, precisamente por el bien social. «La evolución de la inteligencia social en Occidente ha puesto en la cima de los valores la autonomía y la apelación a la conciencia individual, fragilizando el poder de la norma colectiva». El autor concluye asegurando que las sociedades estáticas fomentan la sumisión y el dogmatismo. Valga el tópico de que los extremos se tocan, en este caso no hay excepción.
Precisamente son, para Alfonso Falero, profesor de Historia del Pensamiento Japonés en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, dos actitudes niponas preocupantes a la hora de afrontar la catástrofe que asola el país asiático. «Hay una posibilidad de que se produzca una fusión de uranio de aquí a unos días. De ser así la radiación afectará a un área de 100 kilómetros como mínimo. Y la megalópolis de Tokio se encuentra a 160 kilómetros de la central de Fukushima», explica Falero.
«El problema de la cultura japonesa es que cuando se acaban los recursos tienen muy poca capacidad de reacción. Mientras que los americanos toman decisiones inmediatas, los japoneses se sienten impotentes para improvisar un plan B». El profesor ahonda en detalles de la vida cotidiana para fundamentar su teoría. «Una estricta disciplina se impone ante cualquier atisbo de individualismo. Las guarderías parecen más un parbulario de una escuela militar.
El japonés prefiere la inactividad al riesgo de equivocarse. Por eso no es extraño ver que si un ciudadano cae al suelo y se hace daño, los demás no lo asistan. Llamarán al equipo médico pero no harán nada más». Falero señala que esta actitud afecta hasta al ámbito intelectual, en el que sobresalir está mal visto. «Alguien que tenga una idea nueva y la exponga, primero pedirá perdón por su osadía. Hasta en las revueltas estudiantiles del 68, tan violentas, se hizo mediante un protocolo estricto».
El estadounidense Alex Kerr explica en su libro «Dogs and demons» cómo los niños aprenden y desarrollan desde pequeños el «tatemae», pensamientos que se expresan en público que no deben ofender a los demás, y el «honne», lo que se piensa de verdad y que únicamente debe expresarse con gente muy cercana. Un ejemplo que muestra el libro es cómo en los años 90 la central nuclear de Mihama se borró de una foto turística, ya que estropeaba el paisaje de la playa de Suishohama.
El problema surge cuando las consecuencias del encubrimiento son mortales. Entre los años 30 y 60 la administración japonesa ocultó los vertidos masivos de metilmercurio en la compañía química Chisso, en la bahía de Minamata. Estos acabaron con la vida de 1.500 personas y causaron daños neurológicos irreversibles a más de 500.
Actualmente, la Comisión Europea, Estados Unidos y el Consejo de Seguridad Nuclear español han criticado la falta de información que reciben desde Japón sobre el accidente nuclear de Fukushima. Ni la NRC, agencia con más información nuclear, sabe con exactitud qué está sucediendo. «Nuestra información es muy limitada», afirmó el máximo responsable de la agencia estadounidense.
«Somos menos egoístas»
Mientras, la actitud de los españoles que vivieron la catástrofe es de lo más agradecida. «Si los japoneses no fueran tan fríos, Tokio sería un caos», declaró recientemente Francisco Ayala, un joven andaluz que realizaba prácticas en la capital nipona. «Creo que han sido transparentes con la información, pero se intentan dar las noticias de modo que no genere el pánico. Están preparadísimos, y aunque la gente tiene miedo, no es alarmista ni tremendista».
Bikako Yano lleva más de 26 años viviendo en Madrid. Una de los 5.120 japoneses que viven en nuestro país. Junto con su marido, han montado un taller que imparte clases de ikebana, arte floral japonés. Asegura tener alrededor de 200 alumnos. «A los españoles les gusta venir porque tienen silencio, un ambiente relajado en el que escapar de los problemas. Las flores influyen en nuestra actitud. También tomamos té y conversamos», comenta.
«Nosotros somos mucho más introvertidos que los españoles, pienso que somos menos egoístas porque pensamos más en la sociedad y no tanto en nosotros mismos». Bikako se muestra sorprendida por el impacto que ha tenido el comportamiento de los japoneses ante el desastre natural que invade su país. «Es normal, estamos acostumbrados. Desde la guardería hacemos simulacros para enfrentarnos a los terremotos».
Aún así, con una magnitud de 9 MW, este último es el más potente sufrido en Japón hasta la fecha, y el quinto a nivel mundial. La hija de Bikako veía la tele cuando sucedió. Su madre afirma que pasó la noche en un parque, sentada en un banco, y después volvió a su casa a estudiar literatura. Occidental. Le gusta Borges. Quizá porque también se expresa en «haikus». «La nueva nueva, / ella también la mira, / desde otro puerto».
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