Disturbios
El Ejército cerca a los «camisas rojas» para «ahogar» la protesta
Bangkok– Soldados corriendo por las avenidas, barricadas excavadas en el cemento, vehículos militares abriéndose paso, helicópteros, bombas incendiarias, granadas y ráfagas de disparos. El centro de la capital tailandesa se convirtió ayer en un campo de batalla entre el Ejército y miles de «camisetas rojas», los rebeldes que ocupan la ciudad desde hace casi dos meses exigiendo la disolución del Gobierno. La crisis política que vive el país entra ahora en una fase desconocida, en medio a una espiral de violencia que aleja una posible solución pacífica. El Ejército intenta asfixiar a los atrincherados y sacarlos del fortín en el que han convertido barrios enteros y que bloquea el nervio comercial de Bangkok. Además de cortar la luz, el agua y los suministros, los soldados asedian a los manifestantes para forzar su retirada. Los intercambios de disparos, muy raros al inicio de la crisis, fueron ayer constantes. Al menos 16 personas murieron y otras 125 resultaron heridas, entre ellos tres periodistas. Al caer la noche, la zona ocupada por los «rojos» quedó nuevamente a oscuras, obligándoles a reorganizar sus fuerzas en la retaguardia. «Están intentando estrechar el cerco pero vamos a luchar hasta el final, como hermanos y hermanas», arengó uno de los líderes, Nattawut Saikua. El Gobierno niega haber ordenado un desalojo violento y sigue insistiendo en que mantendrá la táctica del aislamiento, rodeando las zonas ocupadas de soldados para cortar las comunicaciones. Sin embargo, algunos de los cabecillas «rojos» aseguran que ya ha empezado la temida «guerra civil», un sentimiento que se extendió durante la noche del jueves, después de que un francotirador alojase una bala en la cabeza del general Khattiya, el también llamado «comandante Rojo». Se trata de un militar renegado al que el Ejército y la Policía consideran responsable de toda la estrategia paramilitar de los rebeldes. Ante las crecientes acusaciones, el Gobierno tailandés sigue negando haber dado la orden de matarlo.Después del fracaso del Gobierno para acabar con la revuelta convocando elecciones anticipadas, el desenlace es más incierto que nunca. La tensión de los últimos días y los choques armados han conseguido lo que parecía imposible: debilitar el bullicio de una megalópolis que había mantenido su ritmo habitual durante los últimos tres años. Bangkok sufre una constante inestabilidad desde el golpe de estado militar de 2007 con el que se tumbó el gobierno del magnate populista Thaksin Shinawatra. Los «camisetas rojas», muchos de ellos procedentes del noreste rural y pobre, son partidarios del ex primer ministro derrocado, un político que supo canalizar en el descontento campesino. Autodenominados «los nadie», no entienden que sus rentas sean cuatro veces inferiores a las de la capital.
Rendirlos de hambre y sedLa táctica del Ejército para acabar con la revuelta consiste en asfixiar el fortín de los «rojos» hasta que tiren la toalla. Es un último intento de evitar el temido baño de sangre, la matanza que detonaría una guerra civil. Además de cortar agua, teléfono y electricidad, se han empezado a cortar los móviles, suspender los transportes y evitar que entren combustible y alimentos. Dentro de la «ciudad roja» siguen resistiendo decenas de miles de personas armadas con palos y espadas.
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