Hollywood
Las prótesis por Alfonso Ussía
Las PIP no son otra cosa que las prótesis de la casa francesa «Poly Implant Prothèse». Han timado y torturado a dieciocho mil mujeres españolas, que se sometieron a una operación estética y han terminado llevando unos colgajos deshechos en donde buscaban apariencia y fuerza.
No deseo molestar a los grandes cirujanos de estética, y sí a los intrusos, inexpertos y osados que se escudan en clínicas sospechosas para llevar a cabo sus tropelías. Por otra parte, y en mi opinión, no hay mejor cirugía que la establecida por la naturaleza. Llegar a los ochenta años con la piel estirada como si se tratara de la de un delfín, no resulta atractivo. Tampoco me gustan los pechos operados –aunque la intervención sea un éxito–, ni los labios aparatosamente agrandados. Las mujeres, en ocasiones, piensan más en ellas que en los hombres, y se convencen de que una arruga perdida es una victoria, cuando en la mayoría de los casos, es al revés. Mejor unos pechos pequeños y sometidos a la natural evolución que dos sandías inesperadas que en los avatares de la conducción impiden maniobrar correctamente con el volante. Hay operaciones estéticas perfectamente comprensibles, pero otras se sustentan en una frívola pretensión de engañar al calendario, pretensión que en muchas ocasiones, es ilusión chafada.
La cirugía estética es una especialidad médica, no una casa de los milagros. Este tipo de estafas merma la confianza en los grandes profesionales dedicados a ella. Un traumatismo por una caída o un accidente reclaman una intervención. Lo mismo que un complejo insuperable. No culpo a las mujeres que se arriesgan ingresando en un quirófano para embellecer sus deterioros. Cada persona administra su cuerpo como mejor se le antoja. Una mujer intervenida de un tumor desea volver a los espacios atractivos. Para eso están los médicos serios. Pero pasarse la vida intentando detener el curso de la naturaleza es, además de una frivolidad, una superficial majadería. A los hombres que no hemos nacido en Hollywood nos gustan las mujeres, no las muñecas «Barbie».
El ciclón de la moda envuelve y arrastra. Un personaje literario de gran prestigio y conocido seductor, charlaba en su biblioteca con una actriz aparentemente esplendorosa. El escritor en cuestión era también famoso por su esforzada habilidad para pedir libros prestados y nunca devolverlos. «Mira, todos los libros de esa estantería no son míos», le confesó a la actriz. «Qué casualidad –comentó ella–; como mis tetas».
Escribo y lo repito, que la cirugía estética es una especialidad fundamental, respetabílisima y de muy complicada excelencia. Un buen cirujano estético es tan importante como un buen cirujano cardiovascular. Pero el buen cirujano estético no se presta al negocio de la tontería. Y menos aún, a la estafa. Y bajo ningún concepto, a la indignidad con sus pacientes.
Las PIP han supuesto una monumental y dolorosa estafa cometida contra decenas de miles de mujeres que han recurrido a las prótesis por muy diferentes motivos. Causas lógicas, reparadoras, comprensibles, imprescindibles y finalmente, también causas estúpidas. Pero aún así, las estafadas por la última división, también son víctimas de un delito continuado de perversión médica.
No merecen los cirujanos de estética –los de verdad–, el recelo y la sospecha. Se sabe quienes son los responsables. Y con ellos, también es culpable la moda, lo superfluo, la imposible lucha por buscar una belleza permanente contra la naturaleza.
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