España

Luchar contra las mentiras

La Razón
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Si uno analiza lo que está ocurriendo en nuestro país, sin tener en cuenta el contexto, podría parecer que o bien nos hemos vuelto locos, o bien nos hemos quedado sin instituciones. Nos encontramos con que determinadas organizaciones internacionales envían observadores a un juicio que se celebra ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo; a determinados responsables políticos hablando de presos políticos en nuestras cárceles; nos encontramos con que personas con cierta relevancia, y alguno hasta con cierta responsabilidad, insultan a los miembros del Tribunal Supremo, denigrándolos hasta límites insospechados. Todo esto analizado así, en grueso, por una persona que no conozca España, le llevaría a pensar que en nuestro país distamos y mucho, de convivir en un sistema democrático. Esto no es así, y conviene que desde todos los ámbitos de responsabilidad, y especialmente desde los de la Justicia, se defienda el modelo y a las personas, y se conteste de forma apropiada a semejantes despropósitos. Está claro que el papel lo aguanta todo, y la actualidad más todavía, pero para un juez español, se hace muy difícil entender la presencia de observadores internacionales en un juicio; ¿cuál es su misión?, ¿analizar si se respetan las normas procedimentales?, ¿si se respeta el derecho de defensa?, ¿cómo se imparte justicia en España? No lo alcanzo a entender. Nuestro país está situado en la vanguardia del respeto a las garantías individuales, y si bien se cometen errores, como en todos los sitios, los derechos fundamentales, incluido el de defensa, están plenamente garantizados, y conviene que esto se diga, porque de tanto guardar silencio y respeto a todas las opiniones, por muy disparatadas que sean, nos morimos de éxito, y sobre todo de deslegitimación. Nuestro sistema, nuestras leyes, y sobre todo nuestros jueces, ya hace tiempo que pasaron los debidos test democráticos, y quien viene a cuestionarlos pincha en hueso, mas allá de encontrar cierto altavoz en algunos medios de comunicación nacionales e internacionales. Otro disparate es oír hablar hoy en España de presos políticos; un preso político, es aquel al que se mantiene en la cárcel o detenido de otra forma, porque sus ideas supongan un desafío o una amenaza para el sistema político establecido, sea este de la naturaleza que sea. En España hace ya mas de 35 años que afortunadamente este fenómeno no se da; en España todas las personas que se encuentran cumpliendo un pena en prisión, lo hacen porque se les ha condenado por cometer un delito, esto es realizar un acto definido en la ley como delito, y los actos terroristas son delitos previstos en el Código Penal; denominar a los así condenado en un sistema democrático como el nuestro, es además de un disparate, una acto de profunda injusticia. En nuestro país no existe previsión alguna que penalice las ideas, y muchos menos con pena de cárcel, a la gente se la condena por lo que hace y no por lo que piensa, y ante esto, si se mantiene que existe presos políticos, ¿en qué lugar quedamos los jueces que aplicamos la ley en estos casos? Es sencillamente un disparate que no nos debe hacer perder un minuto, ma allá de estos desahogos intelectuales; ¡que atrevimiento, comparar a una persona condenada en España por haber cometido un delito, en algunos casos los más graves, con la situación de personas que en países como Cuba están en prisión por defender sus ideas! Nada que objetar a la crítica de las actuaciones judiciales, a la solidaridad con los condenados por un delito, o a los que se ven envueltos en un procedimiento judicial, pero esto jamás puede explicar un cuestionamiento y deslegitimación de todo un sistema, y mucho menos de un sistema como el nuestro, que garantiza plenamente la independencia del poder judicial. Cuando me enfrento con este tipo de noticias, me refugio en la relectura de la obra de nuestro maestro Ortega y Gasset, «La rebelión de las masas», y recuerdo eso cómo el hombre-persona se degrada en el hombre- masa, y como la demagogia se convierte en uno de los factores más importantes de la masificación; como decía el autor, es una forma de degeneración intelectual que despersonaliza y masifica la sociedad. Una de las obligaciones del ser libre es luchar contra la demagogia, y más cuando ésta se utiliza para envolver tremendas injusticias; el recurso a la demagogia es el reconocimiento de la falta de razón, y esto conviene tenerlo claro, porque a veces a fuerza de repetir mucho una mentira se llega a creer que es verdad, y la razón se sustituye por la falsa tolerancia y por la búsqueda del consenso que enmascara la mendacidad. Ante esto sólo cabe el ejercicio de la razón y de la inteligencia, frente a la demagogia y al cretinismo. En España existe un Poder Judicial independiente y responsable, aunque no infalible, y no hay presos políticos.