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«Polisse»: La realidad es peor
Directora: Maïwenn. Guión: Maïwenn y Emmanuelle Bercot. Intérpretes: Karin Viard, Joeystarr, Marina Foïs, Nicholas Duvauchelle. Francia, 2011. Duración: 127 minutos. Policiaco.
La fórmula que patenta «Polisse» es de sobra conocida. Películas como «Brigada 21» o «Distrito Apache» la ensayaron hace décadas: imaginar la comisaría de policía como un microcosmos que representa las enfermedades del sistema, sin renunciar a retratar al brazo duro de la ley como un ser frágil, herido en la esfera doméstica. Steven Bochco trasladó esta fórmula a la ficción catódica en «Canción triste de Hill Street», piedra filosofal de la segunda edad de oro de la televisión norteamericana que supo definir los usos y costumbres del policíaco documental. La estricta coralidad del relato –ningún personaje está por encima de otro– y un exacerbado naturalismo formaban parte de un libro de estilo que «Polisse» aplica a otra realidad, la Francia de Sarkozy, con resultados lamentables.
Da la impresión de que Maïwenn confunde la democracia con la histeria, la tendencia a la anécdota breve pero precisa con la pintura de brocha gorda, el comentario social con el sensacionalismo irresponsable. Maïwenn ha dirigido a sus actores en permanente estado de crisis, como si el grito, el exabrupto y la ira desatada fueran los únicos registros que fueran capaces de poner en práctica. La película carece de estructura, e intenta suplir su falta de ritmo alentando cada secuencia con el furor neurótico de la improvisación, como si el atropello fuera sinónimo de estilo documental, y la repetición y la perezosa falta de clausura fueran signos inequívocos de la vida misma.
El trabajo cotidiano de los miembros de la unidad de protección de menores de una comisaría parisina nos introduce en un variado surtido de casos ejemplares de abuso y pederastia. La realidad supera a la ficción, y Maïwenn aparca las sutilezas para enfrentarse a la frustración de las fuerzas del orden al tratar con el Mal –no siempre asociado con la supuesta ignorancia moral de las clases desfavorecidas; también los burgueses cometen pecados innombrables que no se avergüenzan en admitir– día tras día. Lo más indignante de su enfoque es que retrata a los policías como víctimas del sistema: sus vidas son un vertedero donde el dolor de los otros se mezcla con su propio caos emocional. Las verdaderas víctimas son un pretexto, un muñeco anti-estrés para que podamos compadecernos de los pobres agentes de paisano.
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