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Café y extremaunción

La Razón
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Nos preguntamos a nosotros mismos con frecuencia qué haríamos en el caso de que se nos permitiese retroceder en el tiempo y empezar de nuevo. La verdad es que con todos los altibajos que hubo en mi vida, incluidos algunos graves errores y sus horribles consecuencias, no retocaría un solo pasaje de mi existencia, ni siquiera para amortiguar los episodios más dolorosos, ni los momentos de mayor angustia, que fueron bastantes. Todo lo doy por bien empleado y repetiría con gusto los placeres y los desencantos porque con el paso de los años me he dado cuenta de que a veces el exquisito sabor de la sopa de pescado no se debe a la buena ejecución de la receta, sino a que el punto de sazón se lo dio en un descuido el copioso sudor del cocinero. No hay en las batallas una sola victoria cuya conquista no se haya producido después de azarosos momentos de intenso e insoportable dolor. Nada es en definitiva bueno ni malo, sino relativo. En una ocasión cené lejos de casa en un restaurante muy oscuro en el que había que encender el mechero para ver la llama de la vela. Tuvo mucho éxito a pesar del discutible sabor del menú. Luego supe que el propietario había decidido poner tan poca iluminación porque no quería que los clientes viesen el mal aspecto que por lo general tenía la comida. El restaurante trabajaba sobre todo con parejas de novios, gente joven y enamorada a la que el deseo le excitaba la mente y le perjudicaba el paladar. Hay una edad para cada sensación, un momento biográfico adecuado a cada acontecimiento. Cometería a gusto todos los errores de cualquier etapa de mi vida porque sé que en aquel momento tuve la suerte de ignorar las consecuencias y hacer lo que me pedía el cuerpo. Yo sé que muchos de mis actos de entonces son el origen de mis remordimientos de ahora y sin embargo no estoy arrepentido porque ocurrieron en un momento irrepetible de mi vida en el que mi conciencia era menos sensible al remordimiento que al bicarbonato sódico. Ahora que tengo cierta perspectiva para analizar mi pasado y sopesar su importancia, me doy cuenta de que tenía razón la fulana que una madrugada al verme preocupado me dijo: «Ya sé que tienes en casa quien te espere y una hija que arropar. No te hagas mala sangre por esto que tenemos a medias. Se te pasará el remordimiento tan pronto acerques a los labios un café caliente. Son cosas propias de la edad. Por desgracia ya no las harás cuando seas mayor y no puedas evitar la sensatez. Porque para entonces, periodista, para más adelante puede que estés acabado; y entonces el café te lo servirán a la misma hora que la extremaunción».