Estados Unidos
El futuro esclavo
El problema se llama «deslocalización»: la tendencia, de momento irreversible, de las grandes empresas, especialmente las multinacionales, a trasladar sus centros de producción a los países en vías de desarrollo, en los que la mano de obra es una ganga y también las condiciones jurídicas y medioambientales que regulan la fabricación de sus bienes. Hace pocas décadas, algunos historiadores marxistas (el caso de Adam Schaff, verbigracia) avisaban de que a estas alturas del siglo estaríamos viviendo las consecuencias de una brutal revolución industrial, que cambiaría la naturaleza del trabajo, debido a la automatización y a la robotización. O sea: que casi todo el trabajo lo harían las máquinas y el paro estructural que se derivaría de un escenario así conmocionaría nuestras sociedades, que no sabrían cómo hacer frente al despido masivo de mano de obra «viva». La situación, sin embargo, es bien diferente: hoy la mano de obra viva trabaja más que nunca. Aunque lo hace solamente en países como China o India, y en condiciones muy similares a las de la Primera Revolución Industrial: salarios miserables, circunstancias laborales salvajes, etc. Resulta enternecedor oír a quienes aseveran tozudamente que «lo de China no es comunismo». Se nota que no han pisado mucho tierras chinas. Ya lo creo que es comunismo: China es como la URSS, pero con éxito en la producción, al contrario que el viejo mamotreto soviético. China es el comunismo que funciona a toda potencia. Tiene un truco sencillo: la esclavitud de su mano de obra y la consecuente exportación al resto del mundo «más barato todavía». Si hoy sacásemos de nuestras casas todo lo que ha sido elaborado en China, probablemente nos quedarían poco más que las paredes. La fabricación en China –junto al resto de la producción de las potencias «emergentes» del planeta– ha logrado que Europa y Estados Unidos, incluso Japón, agonicen sin remedio, incapaces de competir con la ferocidad económica de sus sistemas esclavistas. El Occidente acomodado, que logró conquistas sociales nunca antes soñadas en toda la historia de la humanidad, hoy es un cadáver económico/moral cuyos avales están en poder –oh, casualidad–, de China, que está comprando la deuda soberana de los países europeos que se precipitan al vacío, y la de USA, además de toda África. Si el futuro del mundo es el «estilo chino», a los occidentales nos espera un desdichado siglo XXI, pues no hay peor esclavo que el que ha conocido la libertad pero no supo conservarla.
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