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Arturo Fernández: «La única subvención que tengo es la amabilidad del público»

Vuelve a ser un galán en la obra «Los hombres no mienten», otra alta comedia de Enric Assous que interpreta en el Teatro Amaya

Arturo Fernández, en una escena de «Los hombres no mienten»
Arturo Fernández, en una escena de «Los hombres no mienten»larazon

Arturo Fernández debe de ser el único artista que, en vez de quitarse años, se los suma. Sólo así se explican sus envidiables 82 primaveras. «Creo que es un error de calendario. Alguien se equivocó comigo», bromea el galán más maduro y popular del cine, la televisión y el teatro españoles. Y como la juventud, dicen, no es sólo cuestión de arrugas –que no las tiene, ni en el rostro, ni en el traje, impoluto– sino de actitud, el productor y director regresa a las tablas con «Los hombres no mienten», otra comedia del autor francés Enric Assous (suyo era también el anterior estreno de Fernández, «La montaña rusa»). En escena, veremos a un matrimonio, formado por Arturo Fernández y Sonia Castelo (los acompaña un tercer personaje, interpretado por Carlos Manuel Díaz), que decide confesarse algún que otro desliz conyugal, sólo para descubrir que la sinceridad no siempre da la felicidad.

-En el cartel de «Los hombres no mienten» está tachado el «no». En qué quedamos, ¿mentimos o no?
-Se puede mentir por diferentes motivos: por piedad, para no perder a tu mujer... Ella se tiene que dar cuenta de que si le mientes es para no perderla, porque la quieres mucho. Dile la verdad y verás a dónde te manda. Hay veces que es mejor mentir que decir la verdad. Creo que los cuernos de cintura para abajo no se deben contar. Los de cintura para arriba, sí.

-Muchas feministas se lo comerían vivo por esas palabras.
-Bueno... Si son guapas no me importa que me coman.

-Como el tema de la obra, el teatro es también una pequeña mentira que nos hace felices, ¿no?
-Sí, pero eso ya depende del autor, de su inteligencia y de la carpintería teatral. El teatro, qué duda cabe, hace soñar. Lo que ocurre es que hay tan pocos autores ya... Al que despunta algo lo acapara la televisión. Hay escasez mundial. Eric Assous es como Agatha Christie en hombre: todas sus comedias tienen un gran suspense. Sus finales son sorprendentes.

-Será, supongo, alta comedia, como todo lo que ha hecho en los últimos años.
-Sí, vengo de una generación en la que se hacía altísima comedia. Una de las obras que me ensalzaron y me dieron una pauta en mi carrera fue «¿Quién soy yo?», de Juan Ignacio Luca de Tena: tenía un diálogo inteligentísimo y una trama teatral política. He seguido esa línea porque creo que es lo que me va. También el público te guía y tú tienes que tener la suficiente sensibilidad para captarlo.

¿Existe una «baja comedia»? ¿Le interesa?
-No lo sé. Si el personaje es un dependiente, yo siempre procuro convertirlo en un jefe de ventas, para que el decorado luzca más y sea más justificable. Me gusta el glamour, la estética. Va conmigo y es lo que espera el público de mí.

-Jamás le hemos visto en una obra con desnudos y gente que se tira comida a la cabeza. Pero, ¿entiende o rechaza ese tipo de teatro?
-No admito la vulgaridad, la chabacanería, la ordinariez... Y hay comedias cuyo tema es ése. Allá ellos. Igual resulta que eso tiene éxito. Pero no son para mí. Mancharía el traje, eso me daría un gran disgusto y perdería la letra.

-Si le dicen «subvencionar», ¿sabría conjugar el verbo?
-En mi época no había subvenciones. Y las que daban eran a los mismos a los que se las siguen dando ahora. Tienen gran habilidad para pedir. Pero el teatro es creatividad, sufrimiento, muchísimas horas de buscar aquello que le gusta al público y a mí. Como te den dinero, te echas a la bartola. La nuestra es una profesión de sacrificio. Te tiene que gustar por encima de todas las cosas. Si no, serás un jornalero toda tu vida en vez de aspirar a llegar a ser una estrella, como aquellos grandes actores de los que has aprendido.

-Creo que no se le da nada bien el levantamiento de ceja...
-La verdad es que no, no levanto mucho la ceja... (risas). Hoy día, está muy politizado casi todo. Y por supuesto el teatro, el cine y la televisión. Todo se rige por los amiguismos, las capillitas y los carnés. Y eso no va conmigo. Soy una persona libre, siempre he sido independiente. Pero eso acarrea también sus consecuencias: en cuanto te sales del sistema, les fastidia, porque no te tienen controlado, sea quien sea. Yo siempre he caminado solo. Es más, incluso en mi profesión conozco a muy poca gente, porque soy incapaz de llamar a un periodista, aunque sea un amigo, para que publique algo de mí. Soy un mal relaciones públicas de mí mismo. Durante 50 años que llevo con mi propia compañía, me he defendido francamente muy bien sin ayudas, creo que la única subvención que tengo es la amabilidad del público que viene a verme. Ahora lo van a pasar muy mal aquellos que utilizan ese sistema, porque hay que ir a taquilla. Yo lo he hecho toda mi vida.

-Como director y productor, ¿es exigente con su primer actor?
-Soy un gran perfeccionista. Y un juez despiadado conmigo mismo. Nunca me gusto. En teatro no puedo verme, pero sí en cine y televisión, y siempre me he puesto muchas pegas. Sin embargo, ahora, cuando veo alguna película o serie, como «La casa de los líos», me gusta mucho y pienso: ¿de qué me quejaba yo? Incluso fotográficamente, jamás me he gustado, pero cuando veo fotos mías de hace diez o veinte años, me digo: ya querría yo ser así ahora.

-Tiene 82 años, ¿hasta cuándo piensa seguir haciendo de galán?
-Un galán no es ni más ni menos que un primer actor con un físico agradable. Pero mis personajes siempre son perdedores adorables, divertidísimos, hacen felices a todos menos a ellos mismos. Ya me gustaría ser así en mi vida.

-¿No se le ha pegado nada de ellos?
-No, pero ellos sí se han llevado cosas mías. Los actores siempre somos un poco los mismos, sobre todo los que no utilizamos el disfraz. En el escenario, tengo una energía sorprendente. La gente se pregunta cómo es posible que yo exhiba esa agilidad. En las tablas se produce una magia especial: yo puedo actuar con cuarenta de fiebre o con lumbago y, al levantarse el telón, desaparecen. Todo es proponérselo. Nos preocupamos de cosas que luego no tienen importancia. Y cuando te llegan las que sí son relevantes, piensas: ¿por qué me quejaba de aquello? Yo me tomo la vida con calma. Soy un hombre feliz. Porque, aparte de estar rodeado de una familia magnífica, soy una persona que sabe estar sola. No me aburro jamás, sería un magnífico preso: estaría en la celda sin dar ninguna guerra. Como tampoco se la he dado a ningún Gobierno. Y mira que éste es para darle.


Rajoy, un magnífico presidente
Con la política, en España, ocurre como con el fútbol, dice entre risas Fernández: «Todos somos entrenadores». Él no dice qué cambiaría, «pero sí que hay que cambiar urgentemente. No hay que esperar a noviembre. Si los políticos fueran auténticos patriotas, reconocerían que se han equivocado, que no han sido capaces de afrontar una situación. Este Gobierno se ha dedicado a vivir de las rentas de lo que dejó Aznar». El actor cree que «Rajoy va a ser un magnífico gobernante. Es un hombre honesto, preparado, luchador... Y a los que le acusan de no tener carisma, les pregunto: ¿qué es eso? ¿Qué quieren, un tipo guapo y estupendo? ¡Que me pongan a mí de presidente!».

- Dónde: Teatro Amaya. Madrid.- Cuándo: de miércoles a domingo.- Cuánto: desde 18 a 25 euros. Tel. 91 543 40 05. www.entradas.com