CRÍTICA DE CINE / «Nagore»: Un crimen

No fue difícil matarla. Lo saben los abogados, lo intuyen periodistas y amigos. Aquel julio, San Fermines, de 2008, Nagore estaba sola, con su asesino. Para defenderse, el estudiante de psiquiatría dijo durante el juicio que andaba muy borracho, que no recuerda casi nada. Casi. Helena Taberna, una directora atraída por las biografías de mujeres marcadas («Yoyes», «Extranjeras»), quiere que lo recuerde todo. Él y los espectadores, de ahí que en este preciso, denso, extenuante documental haya recopilado cuanta información generó entonces y ahora aquel terrible asesinato. Con alevosía, insiste la familia, aunque el jurado decidió que fue homicidio a secas. Doce años y medio, que pueden quedar en menos si continúa mostrando buena coducta en la cárcel. La madre de Nagore, Asun Casasola, una mujer de una pieza, fuerte pero que llora aún cuando la recuerda, no quiere venganza, sino justicia. Su marido simplemente parece que se ha borrado. Resulta terrible ver lágrimas por todas partes: en los ojos del hermano también, y observar las últimas escenas viva de Nagore, que Diego agarra por la cintura. Visten de pamplonicas, pero no llevan cara de fiesta. Las imágenes fueron registradas por cámaras de seguridad cerca de la casa de él, donde la estranguló tras maltratarla. Al doblar la esquina, ambos se pierden de vista. Uno de los dos, para siempre. El otro no.