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Reagan resucita

La Razón
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La súbita conversión del Gobierno al liberalismo es tan fervorosa que, aparte de azotarse con privatizaciones y de expulsar del cuerpo los 426 euros de los demonios, en su santoral ha entrado bajo palio un nuevo patrono: Ronald Reagan. He aquí la hagiografía de este martillo de controladores y látigo de chantajistas. Corría el 5 de agosto de 1981 cuando el presidente de los Estados Unidos, perdida la paciencia tras 48 horas de huelga masiva y de parálisis del espacio aéreo, decretó el despido manu militari de once mil controladores. Mano de santo. Nunca más se rehízo aquel sindicalismo de casta y coste, y desde entonces los cielos norteamericanos gozan de servidores píos y bienaventurados. Parece ser que José Blanco ha sido el postulador de la causa para adoptar (léase «adotar») a Reagan como benefactor del Gobierno. Su ejemplo les ha inspirado a él y a Rubalcaba en las aciagas horas en que los controladores se atrincheraron en un hotel de cuatro estrellas (hacer la revolución es cuestión de clases) como Numancia ante Roma. «Acuérdate de Reagan», se oyó en los gélidos pasillos de La Moncloa minutos antes de reunirse el Consejo de Ministros que encendió la mecha. Empezaba el puente de la Constitución e Inmaculada y las nieves cubrían media España. En esto se les apareció Reagan en carne inmortal adoptando la forma de declaración del Estado de Alarma. Y les señaló el camino. Pero no siempre fueron así de devotos en el PSOE con aquel viejo presidente. Mientras gobernó lo tacharon de actor secundario, artista mediocre, analfabeto y pistolero. Puede que incluso se comiera los niños crudos. Con motivo de aquel 5 de agosto de 1981, lo que dijeron y escribieron los socialistas españoles suena hoy a blasfemia, y de escucharlo Blanco se pondría rojo de ira. Por ejemplo, el editorial de su diario de cabecera pontificaba: «Reagan no sólo continúa el espíritu del capitalismo conservador, que ha procurado siempre restringir y limitar el derecho de huelga y lo tiñe con su especial estilo de rudeza e intransigencia, sino que esta vez tiene la convicción de que la opinión pública va a estar a su lado». Y terminaba sugiriendo que el mandatario «deja pasar oportunidades de solución con el fin de fortalecer su propia imagen». Estas frasecitas, traídas a hoy, no las aplicaría a Zapatero ni el intrépido González Pons empapado en cafeína. Pero en fin, el Gobierno abraza «el espíritu del capitalismo conservador» y ya sólo le resta el homenaje póstumo de dedicar el 4 de diciembre al viejo vaquero que abatió en duelo a un sindicato de altos vuelos.