París

El fin del «affaire LOréal» huele mal

El escándalo político, financiero y sentimental que ha removido las tripas de la exclusiva saga de L'Oreal ha terminado. De momento. Demasiado dinero en juego 

Liliane Bettencourt y su fiel amigo François-Marie Barnier
Liliane Bettencourt y su fiel amigo François-Marie Barnierlarazon

L'Oréal bien vale una reconciliación. Es el fin de las hostilidades en el seno de la familia fundadora. Entre la heredera del emporio galo, la octogenaria Liliane Bettencourt, y su única hija Françoise, que tras tres años de desavenencias materno-filiales aireadas en la plaza pública y de una batalla judicial que empezaba a ensombrecer el futuro de la multimillonaria, han decido, por el bien familiar y empresarial, enterrar el hacha de guerra. Pero entre ricos y poderosos, un afectuoso abrazo no basta para sellar las paces. En esas latitudes, los armisticios requieren una armada de abogados. Y no es para menos cuando lo que está en juego es el 31 % del capital del grupo cosmético:14.500 millones de euros en acciones y unos pingües beneficios anuales de 267 millones.

A partir de ahora, el 6 de diciembre será una fecha señalada en el calendario de los Bettencourt. El día en que madre e hija se reencontraron para tejer, de nuevo, los lazos rotos. Pero por contrato. Ocho páginas lo forman, aunque la letra pequeña es confidencial. «Poner fin a los conflictos que han perturbado la vida familiar así como a los procedimientos judiciales emprendidos», reza un comunicado.

Françoise Bettencourt-Meyers se compromete a abandonar todas las acciones legales dirigidas contra su madre, a la que pretendía declarar incapaz y que, de conseguirlo, hubiera retirado a la anciana millonaria todo control sobre sus acciones así como la presidencia del Consejo de Seguridad de L'Oréal. También renuncia a seguir persiguiendo judicialmente a François-Marie Barnier, de 63 años, al que ha sentado en el banquillo por abusar de la vulnerabilidad mental de su madre para sonsacarle dádivas por valor de mil millones de euros. Sin embargo, el fotógrafo de la jet set y ex protegido de la rica no se va con las manos vacías. Conserva las obras de arte y los apartamentos con que ésta le ha venido obsequiando en los últimos años. Aunque tendrá que decir adiós a dos seguros de vida de casi 600 millones que hubiera heredado a la muerte de Madame. Y es que la amistad del antojadizo artista empezaba a resultar incómoda. Por su parte, Liliane Bettencourt renuncia a las denuncias por «acoso moral» contra su hija, que finalmente ha conseguido alejar de su adinerada madre a un círculo de «depredadores», incluido el gestor de la fortuna, Patrice de Maistre, que tampoco devolverá ni el barco ni los cinco millones de euros obtenidos, un médico y un abogado sospechoso de turbios montajes financieros.

Resultado: Jean Pierre Meyers, yerno de la heredera, desbanca a de Maistre al frente de Tethys, la sociedad gestora de la fortuna familiar, y por ende, del 31 % de L'Oréal; sus nietos, Nicolas y Jean-Victor, entran en el Consejo de vigilancia, y Françoise, a quien su madre llegó a acusar de querer vender su parte al suizo Nestlé, segundo principal accionista, asumirá mayores responsabilidades. L'Oréal se convierte más que nunca en un negocio de familia, para alivio de su director general, Jean-Paul Agon.

El reencuentro, tan repentino como inesperado, ha puesto fin a una saga que ha alimentado a la Prensa gala y foránea durante meses. Muy añoradas van a ser las cuitas entre la anciana millonaria y su gigoló, las ofensivas de una hija despechada, los episodios de escuchas ilegales y los torneos dialécticos entre abogados ávidos de su minuto de gloria televisiva.
Mejor que «Falcon Crest»

Un «happy end» hollywodiano, algo forzado según algunos, y tras el que hay quien ve la elísea mano del presidente Nicolas Sarkozy, especialmente preocupado porque L'Oréal, uno de los títulos bursátiles más prósperos del CAC 40 parisino, siga siendo una empresa de nacionalidad francesa. Las vicisitudes de la mujer más rica de Francia –con 17.000 millones de euros de patrimonio–, son tan fílmicas que ya han inspirado a varias productoras galas que se están planteando llevar en 2011 a la gran pantalla este drama familiar con aires de culebrón a lo «Dallas» o «Falcon Crest».

Sin embargo, el «affaire Bettencourt» no sólo ha descubierto las miserias de una élite, también ha destapado un escándalo político que ha salpicado incluso a Sarkozy. Si la Justicia ya no tendrá que pronunciarse sobre las pugnas familiares, no podrá inhibirse respecto al presunto fraude fiscal de la multimillonaria y la implicación del ex ministro de Trabajo, Eric Woerth, cuya esposa obró como consejera financiera a sueldo de los Bettencourt; o los supuestos sobres de dinero prodigados por el matrimonio para financiar en 2007 la campaña del presidente de la República. Hoy se cierra un crujiente capítulo, pero seguirá.