Túnez
Es hora de sacar del poder a Asad
La multitudinaria revuelta de Siria abre oportunidades, humanitarias y geopolíticas. Los estados occidentales deberían aprovechar la oportunidad de despachar al dictador Bachar al Asad y sus cómplices. Que éstos ocupen su lugar en el vertedero de la historia surtirá muchos efectos benéficos.
Exteriores: el perverso pero tácticamente brillante Hafez al Asad castigó Oriente Medio durante décadas con la desproporcionada influencia siria. Su imprudente vástago Bachar ha prolongado este patrón desde 2000 enviando terroristas a Irak, asesinando al primer ministro libanés Rafiq al Hariri, deponiendo a su hijo Saad, ayudando a los grupos terroristas Hizbulá y Hamas y desarrollando armas químicas y nucleares. Su desaparición será una bendición universal.
Pero el principal papel de Bachar a nivel internacional consiste en servir de aliado de referencia de Teherán. A pesar de que los occidentales consideran normalmente la alianza sirio-iraní un endeble matrimonio de conveniencia, se prolonga durante más de 30 años. La intifada siria ya ha debilitado al «bloque de resistencia de dirección iraní» al propiciar el distanciamiento político entre Teherán y Asad. Los manifestantes sirios andan quemando la bandera iraní; si los islamistas (suníes) llegan al poder en Damasco, cortarán la conexión iraní obstaculizando gravemente las ambiciones de los mulás. El malestar social en Siria también supone alivio para Líbano, que lleva bajo control indirecto sirio desde 1976. Además, un distraído Damasco permite a los estrategas israelíes, temporalmente, centrar la atención en los muchos problemas exteriores que tiene el país.
Nacional: durante una engreída entrevista que concedió para discutir los acontecimientos de Túnez y Egipto a unas semanas de que su propio país estallara el día 15 de marzo, Bachar al Asad explicaba la miseria a la que se enfrentan sus propios súbditos: «Siempre que tenga lugar un acontecimiento, es evidente que se produce indignación que se alimenta de la desesperación». Esa desesperación resume de manera idónea el sentir de la población siria: desde el año 1970, la dinastía Asad ha dominado Siria con puño estalinista, sólo marginalmente menos opresor que el de Sadam Husein en Irak. La pobreza, las expropiaciones, la corrupción, la parálisis, la opresión, el miedo, el aislamiento, el islamismo, las torturas y las masacres son su sello.
Gracias a la avaricia y la ingenuidad occidentales, pocas veces los extranjeros se dan cuenta de la magnitud total de esta realidad. Por un lado, Damasco apoya económicamente el Centro de Estudios sirios de la Universidad de St Andrews. Por otra, existe un grupo de presión informal sirio. Por eso, la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, se refiere a Bachar al Asad como «un reformista» y la revista «Vogue» publica un almibarado artículo sobre la mujer del tirano: «Asma al Asad: una rosa del desierto» (llamándola «glamurosa, joven y muy chic, la más magnética y efervescente de las primeras damas»).
Hay que destacar un riesgo potencial derivado del cambio de régimen. No espere un golpe de estado relativamente suave como el de Túnez o Egipto sino una revolución integral dirigida no sólo contra el clan Asad sino también contra la minoría alauí de la que procede. Los alauíes –una secta secreta post islámica que representa alrededor de la octava parte de la población siria– han dominado la administración desde 1966, despertando la hostilidad agresiva de la mayoría suní. Los suníes emprendieron la intifada y los alauíes llevan a cabo el trabajo sucio de reprimirlos y asesinarlos. Estas tensiones podrían alimentar un baño de sangre y hasta una guerra civil, posibilidades que las potencias exteriores tienen que reconocer y para las que tienen que prepararse.
Mientras la parálisis se instala en Siria con manifestantes llenando las calles y con el régimen matándolos, la política occidental puede marcar la diferencia. Steven Coll, del «New Yorker», acierta al decir que «el momento de negociación fructífera con Asad ha pasado». Ha llegado la hora de dejar de lado los miedos a la estabilidad y, como apunta el analista Lee Smith, «mucho peor que el régimen de los Asad no será». Es hora de sacar del poder a Bachar, proteger a los miembros de la minoría alauí que sean inocentes y afrontar «lo bueno por conocer en lugar de lo malo conocido».
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