África

El Cairo

Mubarak entrega Egipto al Ejército

La misma plaza, la misma gente, pero diferente escenario. A las cinco de la tarde de ayer, hora local, miles de egipcios volvieron a inundar las calles del centro de El Cairo, pero esta vez no para pedir la dimisión de Hosni Mubarak ni para exigir un cambio de régimen, sino para celebrar la salida del «rais» y el fin de 30 años de dictadura autoritaria

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«Es el triunfo del pueblo egipcio», coreaba una exultante multitud que bloqueaba todos los accesos a la plaza de Tahrir o de «la liberación», que más que nunca recobra el significado de su nombre.
«Ahora nos vamos nosotros porque tú ya te has marchado», continuaban las consignas, en un guiño a las protestas. Uno de los clamores contra Mubarak más pronunciados en la plaza durante los 18 días anteriores era precisamente: «Nosotros no nos vamos, tendrás que irte tú».

Desbordada por la emoción, el sentimiento patriótico se apoderaba de la gente que cantaba el himno nacional a ritmo de la darbuka mientras las mujeres animaban con sus típicos gritos de boda. Las banderas ondeaban en lo alto de los leones de piedra que flanquean el puente de Qasar el aini o encima de los tanques del Ejército egipcio, apostados a las entradas de Tahrir o a lo largo de las calles aledañas como si se tratara de dragones chinos llevando a lomos a los jóvenes.

Los que decidieron venir en coche provocaron atascos en el centro de El Cairo, y durante la espera aprovechaban para tocar el claxon y emitir pitidos rítmicos de celebración.

El ambiente festivo que se vivió en esos momentos de la tarde contrastaba con el aire enrarecido que se respiraba en la mañana cargado de suspiros de frustración colectiva. Tarek, un joven activista, nos había dicho entonces que había comprado una botella de champán para descorcharla el jueves por noche. «Es como si se hubiera dirigido a la gente de otro país; no nos ha escuchado; nos ha tomado el pelo a todos. Estoy tan enfurecido», criticó entonces. Por la tarde, lo buscamos para poder ver cómo descorchaba por fin esa botella.

En 48 horas los egipcios pasaron de la expectación a la decepción, tras el anuncio de Mubarak de que se quedaba hasta completar su mandato, y de la desilusión a la más radiante felicidad cuando Suleiman confirmó su salida.

Ahmed, un chico de 23 años, que llevaba de la mano a su novia para poder cruzar juntos entre la multitud que atascaba una de las entradas controlada aún por los tanques del Ejército, explicaba que se ha hecho realidad «un sueño inalcanzable. Éste es el primer paso para conseguir un gobierno civil y una democracia».

La fuerza inquebrantable que ha demostrado tener el pueblo egipcio durantes estos 18 días de revueltas, marcados por el caos y la violencia, servirá de ejemplo para el resto de regímenes árabes totalitarios.

La neutralidad del Ejército ha jugado un papel clave en el desarrollo de esta revolución del pueblo egipcio, que ha conseguido dar un golpe mortal al régimen. Por eso muchos manifestantes cantaban que «el Ejército y el pueblo somos uno».

Uno de los presentes sujetaba entre sus manos un dibujo que representaba a un militar que acunaba entre sus brazos a Egipto. Otros vitoreaban a los militares cuando pasaban cerca de los tanques.

Por primera vez en 18 días, en las calles ya no hay rastro de tensiones, ni «check point» en las avenidas, ni toque de queda.

El ambiente festivo se extendió desde la plaza Tahrir hasta los barrios periféricos y atravesó todas las calles de la capital. La televisión ofreció imágenes de otras ciudades de Egipto donde decenas de miles de personas celebraban la salida de Mubarak. La fiesta se filtró por las ventanas de cada casa, en todo el país.

Quizás hoy, cuando amanezca en Egipto, llegue la hora de la reflexión en plena resaca, y plantearse todos los interrogantes que abre la marcha del «rais».