Artistas
Adornos de Navidad por Sabino MÉNDEZ
C uando quiere conseguir algo de mí, mi pareja suspira como una mensahib. Se me aflojan entonces los músculos, deseo ser mejor, sentirme obsequioso, perfeccionarme y contribuir de una manera general a la felicidad mayoritaria de la humanidad. El asunto termina con alguna compra que a mí no se me habría ocurrido hacer o en un desplazamiento paciente a algún lugar al que no me hubiera apetecido mucho ir. Es curioso que esa mezcla contradictoria entre la gracia aérea de un suspiro y otra emoción de signo contrario, crepuscular, con una pizca de desfallecimiento y desaliento, provoquen reacciones parecidas e irresistibles en el común de los machos heterosexuales a los que pertenezco. No creo que sea únicamente exclusivo de nosotros. Cuando llegan estas fechas veo una especie de metonimia de ese proceso, a escala de la humanidad, en torno al paisaje navideño. En el momento más oscuro, desfalleciente y desalentado del ciclo anual de la naturaleza, encendemos una pequeña luz que combinada con la ligereza del aire frío y la atmósfera diáfana de las heladas nos incita de una manera inexplicable a fijarnos como siguen sonriendo los niños o a valorar cuan simpáticos son, de una manera innata, los perros que mueven el rabo. Sospecho que los que engrosan las cifras de suicidios navideños es porque han detectado, algún año, que de alguna manera complicada e inefable les había abandonado ese instinto natural.
Llámenlo miedo o compasión. Yo prefiero llamarlo instinto de piedad y no me disgusta en absoluto que aflore en días como hoy. Lo asocio con relajamiento, vitalidad, tranquilidad, con una especie de tiempo muerto en el partido de las preocupaciones futuras. Una luz dónde se reúne todo lo que de más inteligente y ponderado ha dado el ser humano. Disfrútenla y felices fiestas.
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