Casos por Agustín García Calvo

–Que ayer otra vez, que no sé qué me entra que no puedo por menos. Fíjate que harto de este vicio, me fui a tomar el chupito de media mañana a otro bar donde no tienen tragaperras, que ya hace falta voluntad, y… –Y ¿qué? –Y nada, lo de siempre: ni siquiera me sabía a nada sin la compañía de la máquina, que los dedos me la echaban de menos, y sin acabar de tomármelo, los pies me estaban llevando al sitio de siempre y… ya sabes. –Ya. Bueno, y ¿qué? –No me seas cruel, maestro, que tú sabes que esto es una manía que me tiene «desesperao», que si vengo a ti… (Sepa Dios a qué vienes) –Es que no quiero y lo hago. –Ya. Pues, mira, otros hay peor: que quieren y no pueden. –¿Quiénes? –Pues los impotentes, hombre: ¿no has oído hablar de ésos? –Ah. Y yo ¿no soy uno de ésos? –¡Qué vas a ser! Tú no quieres, pero lo haces porque puedes. –¿Puedo? –Claro: lo primero, porque tienes perras para echar en la máquina… –Y eso ¿es poder? –Naturalmente: el dinero es poder. Será poquito, pero poder. –¡Venga ya! y ¿qué hago para librarme de esa tentación? ¿tiro las perras a la alcantarilla? –O sal de casa sin ninguna. Las guardas en la caja de caudales. –Te me haces el tonto, maestro. ¡Como si no supieras tú cómo las moneditas se las arreglan para encontrar solitas su camino! –Bueno, Sindo, pues te acompaño en el sentimiento y me voy, que tengo… –No, no me abandones: es que tú no sabes lo que es esta manía o vicio que me domina. –Bah, no te pongas tan por los tejados, hombre. Hay muchos a los que les pasa eso mismo, que no quieren hacerlo y lo hacen. –¿Como cuáles, por ejemplo? –¿No has oído de tantos servidores de las Fuerzas Armadas, que no quieren matar, pero matan, porque es su deber? –Ah, pero ésos, por lo menos, es una orden de fuera la que los obliga. –¿Te parece que hay tanta diferencia? Pues ahí te dejo, tontaina. –¿En esta cruz me dejas?