Estreno

«Shame»: Cuerpo en guerra

Dirección: Steve McQueen. Guión: Steve McQueen y Abi Morgan. Intérpretes: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie. Gran Bretaña, 2011.Duración: 111 minutos. Drama.

«Shame»: Cuerpo en guerra
«Shame»: Cuerpo en guerralarazon

Cineasta del cuerpo y sus torturas, Steve McQueen se acerca al sexo en «Shame» como se acercaba a la penitencia suicida en «Hunger», con la mirada clínica de un forense. Planos largos y tiempos dilatados sirven para contemplar el día a día de un cuerpo que existe cuando desea. Es un deseo sin conciencia, automático: Brandon (Fassbender) busca en el otro una reafirmación del ser material. El punto de vista que adopta McQueen para observar su comportamiento sigue un arco dramático que abarca desde lo amoral hasta lo moral, como si adquirir una ética del cuerpo fuera la única manera de que el personaje estuviera vivo.

McQueen desprende a su adicto al sexo de toda psicología. La aparición de su hermana Sissy (Mulligan) nos hace pensar en un pasado turbio, pero la película se niega a explicarlo, quizá porque sabe que toda explicación es un cliché. Sissy es la némesis de Brandon –expansiva, hiperemocional, toda superficie– pero comparte con él una intimidad de los cuerpos que parece transgredir todo límite fraternal, y que desestabiliza el frágil equilibrio de Brandon. En la escena más bella de la película, el primer plano de Sissy cantando una versión fúnebre de «New York, New York» genera el contraplano de Brandon llorando: es el momento más melancólicamente erótico de una película que, por sistema, da la espalda al erotismo. Le sigue de cerca la cena de Brandon con una compañera de trabajo en un restaurante, en la que se mascan los nervios de una primera cita, la única vez que este adicto al sexo acepta posponer el deseo, y lo percibe como un elemento más de la relación entre dos cuerpos.

McQueen coloca la cámara a la distancia suficiente para que el sexo esté desprovisto de toda emoción. Fassbender encuentra fácilmente esa distancia para trabajar el personaje y convertirlo en un verbo intransitivo –un enigma– que todas sus presas quieren conjugar. La suya es una interpretación misteriosa, potente, porque le exige exponerse al completo fingiendo que no lo hace. Cuando McQueen decide acercar su cámara, en el tramo final, queda al descubierto que en esa mirada ética sobre el cuerpo hay una mirada que juzga y castiga al personaje por ser un adicto, o mejor dicho, por no tener conciencia del cuerpo como forma que piensa.