Crítica de cine
Pornografía
No ya en los productos X, sino en películas serias y decentes se ha hecho casi obligatorio un trance de jodienda (o llámelo V. con el término culto que prefiera, siempre más guarro que el vulgar), más o menos anatómica, apasionada o aderezada con juego de contraluces o música acompañante del proceso. ¿En qué consiste el poder de eso sobre el público, del que el rendimiento comercial da testimonio?
Hay, para el apasionante fenómeno del encuentro de uno con una, una interpretación, la que Platón le hace dar a su Aristófanes en el Banquete: que es que los agonistas tratan así de hacerse uno, de recostruírse de la división en dos que sufrió uno en el origen. Pero no es así: lo que pasa es que, por algún descuido del orden, al quedárseles a ambos a la par resquebrajadas o borrosas sus máscaras personales y con ellas las reglas sociales que los sujetaban, se reconocen el uno a la otra, la otra al uno, no digo ya como animales libres: como cosas anónimas y palpables; y así se arrojan a desleírse y amasarse el uno con la otra; y, en ese gozo de descubrirse cosas sin mentira, hasta el aire que los envuelve a ambos se estremece en una insólita alegría.
Pues bien, la pornografía, hasta la barata, y también la cara, se nutre en parte de ese misterio profundo y ciego; sólo que lo envilece, claro, al venderlo como espectáculo: no ya que el público reconozca a los agonistas como actores de nombre, sino que éstos mismos, ciegos como quizá se lanzaban a aquello durante el rodaje, tienen luego que creer que lo hacían ellos,voluntariamente. Y, a la vez, al reducir a minutos bien contados lo que amenazaba con quererse salir del Tiempo, puede la faena, tan increíble, llegar a hacerse hasta aburrida.
Y, si no quiere V., lector, oír lo que le digo, mire un poco a ver lo que pasa con la película de su vida.
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