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La Razón
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Hace unos días, un amigo con conocimientos en economía me vaticinó que la actual crisis económica mundial puede encontrar su solución en un conflicto armado. ¡Me estremecí dudando de su salud mental! Pero insistió de forma vehemente, y para ello me hizo un repaso histórico, refrescándome los conocimientos históricos, y ambos nos paseamos por el siglo pasado encontrándonos con la primera gran guerra, la cual vino precedida de una gran crisis económica en la mayor parte de los países europeos. Tras la guerra llegaron los felices años 20, hasta 1929, donde topamos con la gran crisis económica , el Crac del 29, hundimiento de la bolsa de Nueva York, desempleo agónico, y gobiernos desorientados incapaces de encontrar una solución a la crisis, y llegó la Segunda Guerra Mundial; se llenó de balón, e incluso me casualizó la Guerra de Vietnam con la primera crisis del petróleo, y hasta Irak lo enmarcó en el contexto del precedente de la crisis actual, la «burbuja tecnología del 2000». Tengo que reconocer que no me convenció en absoluto, o, por lo menos, mi forma de ver las cosas me impide admitir tal explicación de los ciclos económicos del último siglo. Pero si mi amigo tuviera razón, deseo que que ésta sea la primera crisis económica que superemos sin una gran guerra. Bien es cierto que la guerra, como la concebía Ortega y Gasset, es un producto de la invención histórica, y no un atavismo biogenético de la especie, y así lo dice en «La rebelión de las masas»: «La guerra no es un instinto, sino un invento… Los animales la desconocen y es de pura institución humana, como la ciencia o la administración». El propio Ortega entendía que el enorme esfuerzo que es la guerra sólo puede evitarse si se entiende por paz un esfuerzo todavía mayor, un sistema de esfuerzos complicadísimos y que, en parte, requieren de la intervengo del genio. Y en esa estamos. Cuestión diferente es que quizá se nos esté imponiendo una economía de sacrificio, muy parecida a una economía de guerra, en la que todos tenemos que hacer grandes esfuerzos para superar las adversidades económicas, y quizá sea éste el único aspecto positivo de lo que está ocurriendo: la generación de una conciencia general en la que la ciudadanía asuma su papel en la solución, para lo cual no vale hacer reduccionismo simplista, tal como cuando se habla de cambio de modelo económico, el ladrillo, etc.; hace falta algo mas, y esto es asumir que nos estamos empobreciendo, que todo lo que poseemos vale menos, y que todos podemos hacer algo para superar la crisis. Vienen años difíciles y ante ello se impone el ejercicio de la audacia responsable, con la búsqueda de soluciones inteligentes que hagan mucho más eficiente el sistema. Esto impone una moralidad pública sin fisuras, un ejercicio responsable de los recursos económicos, en todo caso. No es cuestión de entrar en el debate de exigir responsabilidad jurídica de la clase que sea, al mal gestor publico, al pródigo y al avieso, pero no es menos cierto que hay actuaciones y decisiones que en estos momentos ya no pueden adoptarse. Es prudente que se genere en la ciudadanía una conciencia de meta común: superar la crisis, para así contar con todos los esfuerzos y sinergias, y para ello es bueno y necesario predicar con el ejemplo y en eso también estamos. La Administración de Justicia no es un sector considerado como mero centro de inversión y gasto. Entre los presupuestos del Ministerio de Justicia y las comunidades autónomas no se alcanzan los cuatro mil millones de euros, y visto así, parecería que poco se puede hacer, pero ello no es así; la Justicia no es sólo un servicio público, se presta mediante un servicio público, pero los intereses que se deciden en los Tribunales, pueden generar consecuencias económicas descomunales, y hay que ser conscientes de ello. Cuentan una anécdota de Napoleón visitando una alta institución judicial francesa, en la que el presidente del tribunal le dijo que en su corte se garantizaba la seguridad jurídica, y así, cuando se decía que una finca era de un ciudadano, lo era, a lo que el emperador le objetó: «A m íno me importa de quién sea la finca, lo que me importa es que cuanto antes lo sepamos, mejor». Y esa es la realidad. En un momento como el actual, la Justicia no puede ser un elemento negativo en un proceso de recuperación económica, al revés, debe convertirse en un instrumento eficaz en este fin, y para ello es fundamental ofrecer seguridad jurídica en el menor tiempo posible. Esto, sólo se hace con reformas audaces y con el compromiso de todos, responsabilidad que alcanza a quien decide y resuelve, y también a quien plantea un conflicto jurídico en el sistema.