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Pekín

Li Keqiang: Un portento sin pedigrí rojo

Li Keqiang, ayer, en el cierre del cónclave
Li Keqiang, ayer, en el cierre del cónclavelarazon

pekín- Al contrario que la mayoría de los miembros del Comité Permanente del Politburó, Li Keqiang no es un «principito». Su padre era un burócrata del Partido Comunista, pero de muy bajo rango, una «patata pequeña» en una provincia perdida y pobre (Anhui). El llamado a convertirse en primer ministro en marzo del año que viene ha trepado gracias a una inteligencia que sus antiguos compañeros y profesores consideran «portentosa». Consiguió entrar en la mejor universidad del país (la prestigiosa «Beida») gracias a su nota de «gaokao» (la selectividad china) y aprendió a hablar inglés con fluidez en sus ratos libres y sin estancias en el extranjero. Al llegar a la capital, Li se juntó con algunos de los profesores y alumnos más progresistas de la Facultad de Derecho, algunos de los cuales se fijaban obsesivamente en los modelos democráticos de Occidente. Parte de sus viejos compañeros de entonces tuvieron, años después, un papel protagonista en Tiananmen y acabaron exiliados o en la cárcel. Él, enrolado en las Juventudes del Partido, en las que han crecido políticos como Hu Jintao o Wen Jiabao, se mantuvo en un prudente segundo plano. Se le considera un pragmático, aunque algunos analistas le sitúan más cerca de la vertiente «socialista», que aboga por suavizar las desigualdades sociales aunque sea a costa de frenar el crecimiento económico. También se le ve como uno de los pocos hombres que ha conseguido medrar siendo de la cuerda del presidente Hu. Como el resto de los altos cargos chinos, ha pasado tiempo en las provincias, con diferentes grados de responsabilidad. Fue gobernador de Henan (centro del país), donde vivió uno de los episodios más polémicos de su carrera después de que un programa estatal de donación de sangre acabase convirtiéndose en una epidemia de sida. Aunque llegó al cargo cuando ya había iniciado a propagarse la enfermedad, sus enemigos le achacan el haber dado una respuesta lenta a uno de los escándalos sanitarios más graves de las últimas dos décadas. Desde que volvió a Pekín a trabajar para el Gobierno central, Li no ha dado demasiado que hablar. Se le considera, para variar, un «moderado».