Nueva York
Guerra sucia en Milán
El pasado miércoles comenzaba la Semana de la Moda de Milán, y con ella, la mayor concentración de «petardeo» patrio por metro cuadrado (dicho con todo el respeto). El factor «banalidad» es cosustancial a la moda, de eso no hay duda.
Y aunque existen otras pasarelas importantes como la de Nueva York o la de París, la ciudad italiana es, al menos en cuanto a asistencia de medios acreditados, la verdadera capital del diseño. Y de lo absurdo.
En Milán, el número de revistas de moda presentes es notablemente superior al de otras fashion weeks. La razón: que muchas de las firmas que allí desfilan son anunciantes y, por tanto, la asistencia es obligada. Si una revista tiene que escoger ciudad a la hora de pagar el desplazamiento y estancia de sus profesionales, sin duda es Milán. Allí desfilan firmas que invierten en publicidad –al menos hasta la fecha– como Roberto Cavalli, Gucci, Prada, Versace o Dolce & Galbana, y esto asegura las invitaciones. En París, sin embargo, la concentración de medios nacionales no es tan destacable. Pocas firmas de las que allí desfilan se anuncian, por lo que conseguir las ansiadas invitaciones es más complicado. En el caso de firmas como Balmain o Balenciaga, incluso imposible.
Por eso, Milán es lo más parecido al absurdo humor de la ya mítica película «El Diablo se viste de Prada». Por ejemplo, cada revista, española e internacional, contrata su propio coche con chófer incluido –300 euros por jornada–. El caos circulatorio en la ciudad es monumental. Además el ritmo diario es cuasi miserable: primer desfile a las 9:30 y último, a las 20 horas.
Súmenle, eso sí, un mínimo de 40 minutos de retraso a cada uno de ellos y calculen la hora en que terminan. Todo ese tiempo de espera suele tener lugar en grandes bancadas sin respaldo, y bajo el estrés que genera correr entre la muchedumbre hacia el sitio que indica tu invitación, con los correspondientes taconazos y todo para que: uno, no te quiten el sitio y dos, no te roben el regalito que, en general, suele haber junto a la carpeta de prensa.
En Milán hay ciertas periodistas y estilistas del staff de la revista snob por excelencia que se niegan a saludar a su competencia (la prensa está ubicada por bloques y países), por mucho que coincidan con ella hasta siete veces diarias en otros tantos desfiles. La comunicación suele ser, además, a través de notitas de papel que se pasan de una mano a otra. Como lo leen. Y basta echar un vistazo a la primera fila o front row para darse cuenta de que la forma en que celebrities y periodistas colocan sus bolso –siempre el último it bag de Prada, Yves Saint Lauren, Gucci o Chanel–, junto a los pies con taconazos y plataformas también de lujo no es, para nada, casual. Pura producción. Como si se tratara de una sesión de fotos. Y es que en Milán todas y todos son las estrellas. Aunque detrás lleven un madrugón indecente, horas interminables de atascos, incómodas esperas, desplantes por parte de quien está sentado a tu lado y con quien probablemente en España sí te hablas y, todo eso, además, subida a unos insoportables tacones.
El detalle: LA CRISIS, EN LA PIEL
Un par de apuntes de lo que hasta ahora se ha presentado en Milán: pieles y color. A excepción de MaxMara, que se desplaza con su elegancia a través de la neutralidad de los beiges, marrones y negros, tanto Gucci, como Alberta Ferretti, D&G y hasta Prada recurren a una paleta de colores inusual en sus colecciones de invierno. En su 90 aniversario, Frida Giannini (Gucci), se inspira en Angelica Houston y Florence Welch. Los 70, de nuevo, vuelven. Colores joya como el verde esmeralda o el turquesa, y pieles suntuosas se apoderan de sus looks. Alberta Ferretti recurre a los block colors (lisos y llamativos), mientras que D&G, a la Madonna más noventera y, con ella, a horrores estilísticos reconvertidos en fashion como los leggings y maxi tops en fluor y las zapatillas de basket. Miuccia Prada, inseparable de su regusto a «rancio» y sesentero presentó efectistas vestidos de noche con escamas en vinilo.
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