Libros

Nueva York

La revolución empieza en Oriente

La videoartista Shirin Neshat estrena su ópera prima «Women Without Men», centrada en el golpe de estado de Irán en 1953, en un momento en que la llama de la libertad se extiende imparable en el mundo islámico

Nesthat asegura que la política forma parte de su vida
Nesthat asegura que la política forma parte de su vidalarazon

Reside en Nueva York, pero su sangre iraní le corre por las venas a borbotones. Casi puede rozar su país con la yema de los dedos, aunque la separen miles de kilómetrtos de él. Cuando salió de su tierra y regresó tiempo después, apenas creía lo que tenía delante de los ojos: un régimen en el que la libertad era una quimera. Y para las mujeres aún más. Su primera película, «Women Without Men», que sorprendió en el pasado Festival de Venecia, llega a la cartelera en pleno estallido de las protestas en el mundo islámico. Libia es una tea que amenaza con prender su llama también en el cercano Irán, país de origen de Shirin Neshat.
Basada en el libro homónimo de Shahrnush Parsipur, la película constituye un alegato a favor de la democracia y de la libre expresión de las ideas. «Que Jafar Panahi esté preso me parece horrible», comenta sobre la falta de libertad del cineasta iraní. El filme de Nesthat, que recrea el golpe de estado en Irán en 1953, apuesta de una manera clara y rotunda por la libertad y por el papel activo de la mujer en la política de su país de origen, a la vez que es un canto a la naturaleza y la poesía.

-¿Existió un motivo para rodar una película como ésta o le tentaba la experiencia de colocarse detrás de la cámara?
-La cinta está basada en un libro, una novela homónima del autor Shahrnush Parsipur. Lo adapté porque contiene tanto un mensaje político como un fondo más filosófico y existencial y me interesa esa mezcla entre la poesía y la historia. Me recuerda al trabajo artístico que he hecho tiempo atrás, en el que mezclaba poesía con violencia y política; es mi forma tradicional de funcionar en este campo.

-¿Cuál era su objetivo al rodar este filme? ¿Quería denunciar una situación concreta en su país?
-La noción y el sentido de libertad vistos a través de las mujeres que lo protagonizan y de un país, Irán, que es el mío. Me entusiasma el paralelismo que existe entre la lucha que libran ellas por sus ideas y la batalla que se desarrolla en el país en el año 1953 por conseguir la ansiada libertad, la independencia y la democracia. Era un paralelismo que me encantó.

-Usted es una mujer que ha denunciado la precaria situación en que vive la mujer en Irán. ¿Le interesa la política?
-Por supuesto. Hoy no existe un solo iraní que no sienta sus ideales políticos, y creo que, naturalmente, todo lo que hacemos de una o de otra manera se tropieza con la política. Aun así, en mi caso, separo de raíz lo que es la política de lo que significa mi mundo personal.

-Le costó varios años rodar «Women Without Men». ¿Cuáles fueron los principales desafíos a los que hizo frente?
-Fueron tantos que apenas podría enumerarlos, pero, al tratarse de mi primera película me topé de bruces con la falta de experiencia, aunque tengo una larga trayectoria dentro del videoarte. Escribir un guión y dar forma a unos personajes era algo totalmente novedoso para mí, y por eso me llevó tanto tiempo: tardé seis años en ponerlo en pie. Otro gran desafío fue encontrar el punto de encuentro entre mi trayectoria artística y el mundo del cine. Y el gran reto, sin duda, fue enfrentarme a la audiencia, porque no se puede equiparar el público que visita una galería de arte o un museo con la cultura de masas que lleva implícito el cine y que yo desconocía hasta ahora. No resultó fácil, pero me ha gustado la experiencia.

-¿Le ha ayudado su trabajo en el mundo del videoarte?
-Como le decía, aunque hablamos de arte, se mueven en parámetros tan distintos... El cine tiene una lógica, el mundo del arte otra diferente. Cuando exhibes una instalación lo haces para una audiencia que sabe lo que quiere, que te conoce; sin embargo, al sentarte en una sala de cine te enfrentas a una industria que es comercial y cuyos productos han de entretener y mantener interesado al espectador durante 90 minutos por lo menos. Por el contrario, en las galerías o los museos la gente anda, mira una obra y después otra, habla... Es una experiencia más física y activa en la que el público no está obligado a sentarse durante un periodo de tiempo concreto a contemplar una obra.

-¿Vivir en Estados Unidos la ha inclinado hacia el mundo del cine?
-Creo que Nueva York, donde resido, es la verdadera meca del cine, pero del independendiente. Esta ciudad no es Hollywood, y se nota. Existe un clima más propicio para una cultura que permite determinados experimentos cinematográficos. No siento para nada que pertenezca a Hollywood, ni a su mundo; me gusta vivir en Nueva York, además de que su arte posee un poso más internacional.

-En su película, algunas mujeres lucen el velo, aunque después deciden prescindir de él. ¿Se trata de una metáfora?
-Así es. Hay un momento en la película en que tres de ellas dejan de llevarlo, y eso significa una liberación, sacudirse un yugo, poder elegir. No lo veo tanto como un hecho religioso, sino como algo de carácter más simbólico. No quiero decir necesariamente que dejar de usarlo signifique ser libre, ya que mi película se desarrolla en 1953, cuando las mujeres iraníes tenían opción de elegir lucirlo o no. La situación, como sabe, ahora es radicalmente distinta porque esa opción no existe.

-¿Se considera una mujer religiosamente activa?
-Me eduqué en un colegio católico porque era el mejor centro. Soy musulmana, no rezo a diario y respeto a quienes son religiosos.

-Está rodando su segunda película en Egipto. El momento es bastante convulso, ¿no le parece?
-Así es. Estará basada en un cantante legendario, Umm Kalzum, que murió en 1975. No sólo fue un gran músico, sino un hombre políticamente muy activo y nacionalista. Espero poder seguir con el proyecto después de lo que está sucediendo allí.

-Hablemos de Jafar Panahi, director encarcelado en Irán por cuestiones ideológicas. ¿Mantiene relación con él?
-Soy una gran fan suya, estamos permanentemente en contacto. Le sigo en Facebook y por correo electrónico, aunque en estos momentos es realmente complicado porder hablar con él libremente dadas sus circunstancias. Es uno de los mejores directores actuales y posee una personalidad increíble. Su encarcelamiento es una noticia horrible y creo que se le debe dar voz desde los medios.

-Muchas han sido las voces que se han levantado ante lo que se considera una situación de total injusticia. ¿Cómo cree que se le puede ayudar desde un punto de vista internacional?
-El Gobierno iraní le tiene encerrado, y lo peor que se puede hacer es ignorarlo, volver la cara para otro lado o cruzarse de brazos. Si hay algo que al Gobierno le moleste es que se hable de él y se arme revuelo, que esté en boca de la gente. Estoy muy triste por lo que le ha sucedido, pero también albergo grandes esperanzas porque la respuesta internacional ha tenido un eco impresionante: los periódicos escriben sobre él y la gente del cine, directores, actores, productores, gentes sin nombre, están apoyando la causa por su libertad. Lo principal es no olvidar ni un solo día que está ahí, que los medios de comunicación cubran su estado y hagan presión para que le liberen. Que no se olvide la terrible injusticia que el Gobierno iraní está realizando con un cineasta que no ha cometido ningún delito. El peor enemigo de Panahi es el silencio.


El detalle
UN RETRATO, MIL CARAS

Aunque Shirin Neshat acaba de aterrizar en el mundo del cine, dentro del panorama de las artes visuales es una veterana con un sólido bagaje. Sus instalaciones se han hecho hueco por méritos propios en la Bienal de Venecia. Nacida en Irán, abandonó su país a los 17 años para estudiar arte en EE UU. Cuando regresó, los cambios radicales sufridos la llevaron a reivindicar el papel de la mujer iraní a través del arte (en la imagen, uno de sus autorretratos perteneciente a una serie de una enorme potencia visual). Entre sus videoinstalaciones destacan «Anchorage» (1996), «Turbulent» (1998) y «Rapture» (1999) –por las que fue galardonada con el Premio Internacional de la Bienal de Venecia de 1999– «Fervor» (2000,) «The Last Word» (2004), «Zarin» (2005), «Munis» y «Faezeh» (2008).