Barcelona
La hora de España
Bienvenida sea la final de un Mundial de fútbol con presencia española por cuanto está superando la trascedencia deportiva para convertirse en una reivindicación alegre, cívica y responsable de España y del hecho de ser español. Son valores que, de un tiempo a esta parte, habían caído en el olvido y, en el peor de los casos, eran estigmatizados por complejos arrastrados desde el pasado reciente de nuestra historia del que muchos no logran desembarazarse. Pero ha llegado el momento de, sin patrioterismos ligados a cualquier ideología política, sentirse orgulloso de ser español y de ser un patriota que, según el diccionario de la RAE, no es otra cosa que una persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien. Sin pretenderlo –su objetivo sólo es ganar la competición futbolística más exigente en la que participan las mejores selecciones del mundo– la Selección Española nos ha devuelto una serie de principios y convicciones que deberían permanecer inalterables y al margen de cualquier contingencia política, social o económica. Las lícitas rivalidades de futbolistas que juegan en distintos clubes de fútbol se han dejado atrás ante el reto mayúsculo que afrontan. El mejor patrimonio deportivo de la Selección Española es que juegan como un equipo en el que todos, titulares y suplentes, buscan el bien común. Ni en el terreno de juego ni fuera de él hay discursos paralelos o divergentes que pongan en riesgo el logro a conseguir. La derrota ante Suiza tuvo la mejor de las lecturas: estamos ante una Selección que sabe sufrir y que, lejos de que al menor contratiempo se optase por la improvisación, siguió siendo fiel a sus principios. Estamos, pues, ante un equipo coherente. España sabe a lo que juega, lo que aporta seguridad y firmeza al combinado nacional. Y no cabe obviar el talento y la creatividad para buscar alternativas cuando el desarrollo del partido no es favorableEn definitiva, unión, una confianza basada en hechos y no en probabilidades, sensatez y ser fiel a unas convicciones son las cualidades que adornan a la Selección Española ante la que la inmensa mayoría de los españoles han caído rendidos. Los de Del Bosque nos están dando una lección que deberíamos aplicarnos todos. Por lo pronto, se han mostrado como un elemento de cohesión de España y del hecho de ser español, más allá de las ideologías políticas e intereses partidistas que suelen caer siempre en el sectarismo. La unión de todos los españoles que se ha vivido estos días en torno a este proyecto futbolístico debería extrapolarse a otras esferas de nuestra realidad. Es mucho mejor multiplicar que dividir, en lo que parece que están interesados algunos, una minoría tan ruidosa como testimonial, que se afana, con vanos resultados, en desmembrarnos y desnaturalizarnos. Ver en balcones y ventanas la bandera de España en lugares como Bilbao, San Sebastián, Barcelona o Gerona con absoluta normalidad no debería ser una excepción que termine tras la euforia del Mundial, sino el principio de una senda en la que estemos convencidos del potencial de España y de todos los españoles, ya que juntos somos capaces de alcanzar cualquier objetivo y de superar las adversidades.
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