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El pan nuestro por María José Navarro

Acaba de salir un libro de Iñaki Gabilondo y todo el mundo habla maravillas. De Iñaki, digo, aunque del libro entiendo que también. A una, que es admiradora de Iñaki, lo que más le asombra de él no es lo mismo que al resto. Sí, Iñaki Gabilondo es una cátedra andante de periodismo, una fuente de sabiduría, un gran conversador y tiene una esposa de parar el tráfico

El libro de Iñaki Gabilondo acaba de salir al mercado
El libro de Iñaki Gabilondo acaba de salir al mercadolarazon

Pero lo verdaderamente asombroso de él son otras dos cosas. La primera, lo muchísimo que sabe de fútbol y de ciclismo, de rugby y de lo que se tercie. La segunda, lo dificilísimo que le resulta comer sin pan.

Ustedes ya conocen el despliegue comunicativo de Iñaki a la hora de contar la actualidad, de analizar la realidad y de sacar lo más profundo de los personajes más interesantes en entrevistas de postín. Pues bien, todo eso, todo, queda en un segundo plano cuando una le ve pidiendo pan en un restaurante japonés en el que no hay ni picos, ni grissines, ni nada con lo que poder mojarse unos barcos como Dios manda. Lo que hace Iñaki en los «japos» tiene mucho que ver con su concepción del periodismo: puede que los nuevos tiempos estén plagados de programas infectos, de atentados contra el buen gusto, de modernos sistemas de interacción entre el emisor y el receptor relacionados con la tecnología punta que hacen que el mensaje se diluya, o de columnistas empeñados en abjurar de la corrección política para convertirse en defensores de la «lógica evolutiva» o de «estrategias reproductivas inconscientes» para referirse a la violación y creer que están en vanguardia. Gabilondo piensa, sin embargo, que los mimbres de esta profesión, por muy maltratada que esté, lejos de cambiar, son anclajes profundos.

Estamos en un momento en que los lectores, oyentes y telespectadores prefieren buscar aquellos medios que les reafirmen en sus convicciones y que les den más argumentos para enrocarse en su idea. Estamos convencidos de lo que ya estamos convencidos, eso por encima de todo, y hemos optado por no hacernos más preguntas, por evitar ponernos en las botas del contrario, por levantarnos cada mañana sin saber si lo que nos mueve de verdad son unas siglas políticas y sus portavoces de turno o unos valores concretos. Y eso vale para las dos caras de la moneda.

Precisamente por el páramo reflexivo en el que estamos y del que se presume sin disimular, me apetecía hoy pegarles esta chapa que no va a ningún sitio. Puede que en los «japos» no haya pan, pero hay que seguir buscándolo.