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Inestabilidad en Latinoamérica por Cástor Díaz Barrado

La Razón
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La destitución que ha tenido lugar del presidente paraguayo, Fernando Lugo, ha abierto una profunda crisis no sólo en Paraguay, sino que también ha tenido repercusiones muy relevantes en buena parte de los estados latinoamericanos. Las reacciones no se han hecho esperar y con razón. Han sido contundentes e inmediatas. La asunción del poder por parte de Federico Franco ha sido calificada de «golpe de Estado» por varios estados latinoamericanos, lo que ha llevado a la retirada o a realizar consultas con los embajadores enviados a Paraguay,y ha propiciado que el nuevo Gobierno paraguayo no participe en reuniones del Mercosur. Todo ello ha generado una intensa actividad por parte de los cancilleres de Unasur para impedir la destitución de Lugo y sus consecuencias y la búsqueda de soluciones e, incluso, ha conducido a la suspensión de las exportaciones de petróleo a Paraguay desde Venezuela. Más allá de que se hayan respetado o no, y con toda intensidad, las reglas constitucionales de Paraguay, «el juicio» al que ha sido sometido el presidente Lugo y su destitución suponen un grave error, aunque, también, pone de manifiesto que el apoyo que obtuvo en las elecciones el presidente paraguayo no está acompañado de un aparato político ni de un partido que asegure su permanencia. La situación debe volver a su posición inicial y el presidente Lugo, cuanto antes, debe continuar en el ejercicio de sus funciones. En este caso, no se trata de una mera moción de censura en un marco político estable sino, en realidad, de una decisión política muy equivocada de quienes la han protagonizado. La salida de Lugo del poder no ha sido tan dramática como la que sufrió el presidente Zelaya en Honduras, hace unos años, ni como sucedió, hace más tiempo, cuando Hugo Chávez se vio privado, momentáneamente, de su condición de presidente. Pero las consecuencias podrían ser muy similares. Todos estos hechos revelan que muchos estados de Latinoamérica precisan de partidos estables y de sistemas constitucionales más permanentes. Los populismos y caudillismos generan inestabilidad y quienes los combaten, por medios no democráticos, ponen en riesgo la seguridad no sólo del Estado, sino de Latinoamérica. Nada perjudica más a la democracia que generar incertidumbres y nada la consolida más que el respeto estricto de las decisiones adoptadas por los ciudadanos. El desarrollo económico de América Latina en los últimos años precisa de un marco de estabilidad política y, desafortunadamente, algunos países no han alcanzado todavía una situación de normalidad democrática. América Latina no puede compatibilizar su desarrollo económico y social con la existencia de sistemas no democráticos. La situación que impera en China no es un buen ejemplo ni para la región ni para el resto del mundo.