Murcia

OPINIÓN: Delación

La Razón
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Estas sórdidas campañas antitabaco parecen desatar lo peor de las neurosis humanas, incluida la de algunos médicos: como les hacen creer a sus enfermos que si no fuman, toman caldo de perejil, hacen gimnasia (a solas, se entiende), no beben y miden cada día sus calorías, su tensión, su colesterol, su glucosa, pesan el pan que se zampan, se protegen del sol y de la lluvia, del frío y del calor y salen a la calle con el pie derecho, si hacen todo eso y miles de cosas más, acabarán siendo casi inmortales. Pero, claro, ocurre que, como decía Borges en una de sus milongas «morir es una costumbre que sabe tener la gente». Y la gente se muere, se ponga como se ponga. Y entonces criminaliza al médico: acabaremos con el abogado en el quirófano, de la misma manera que ahora van a meter a los inspectores en los paritorios para evitar cesáreas, una manera de reducir gastos con el cuento de la salud.
Pero dejemos la neurosis, antes de morir de un ataque de salud. Una sociedad que se preocupa tanto por la enfermedad pero no por los enfermos (los fumadores lo son, tienen una adicción, como los heroinómanos, pero sin metadona ni fumaderos siquiera en aeropuertos, para que pasen el mono a pelo) es que está enferma.
Pero lo más intolerable de todo es la llamada de la ministra a la delación (anónima, para más escarnio moral) de los que fuman en «espacios prohibidos», que ya son todos. Esto es como la ley seca americana que provocó el nacimiento de la gran mafia, y suena además a paseo al amanecer, a la más rancia dictadura e intolerancia.
Pero ya sabe, ojo con quien le ve, puede ser un vecino o su propio (Gran) hermano quien le delate. Nos tocan las narices y ahora, también, la sonrisa vertical de nuestras mujeres. En fin.