Francia
El éxito como costumbre
La triple corona de la Selección revaloriza la edad de oro de los deportistas españoles, que dominan allí donde compiten
Madrid- Una niña de 7 años le decía a su padre antes del partido de semifinales ante Portugal: «Papá, ¿a qué vamos a ganar? Porque España nunca pierde, ¿verdad?» El hombre, de 45 años, la miraba con un gesto entre sorprendido y avergonzado, mientras por su cabeza pasaban las imágenes de los «no goles» de Míchel y Cardeñosa, el fallo imposible de Julio Salinas ante Pagliuca o la nariz ensangrentada de Luis Enrique. El penalti de Eloy, el de Raúl ante Francia, y aquel balón escurriéndose bajo el cuerpo de Arconada también vinieron a la mente del papá, lo mismo que los tiempos en los que ver a un deportista en lo más alto del podio en cualquier disciplina a nivel internacional era tan frecuente como las apariciones del cometa Halley.
Una realidad ajena e inimaginable para los niños que han llegado al mundo en plena edad de oro del deporte español, en mitad de este «boom» en el que los deportistas de élite no surgen por generación espontánea y los ganadores no son pioneros, locos que un día pasaron de recoger bolas de golf o pelotas de tenis a empuñar una raqueta y un «putt». Los triunfos de Severiano Ballesteros, Manolo Santana o los Fernández Ochoa nacían de la nada, gracias a la casualidad, que ponía en contacto su talento y el deporte justo a tiempo para crear un campeón.
Dicen los expertos que los campeones de ahora no son ni más altos, ni más fuertes que los de antes, pero lo que sí hay es un trabajo especializado desde la base que permite sacar todo el partido a una generación talentosa como la actual.
Tradicionalmente, el aficionado a los deportes en España era, como dice Del Bosque, «un pobre», que miraba por televisión con la boca abierta los mates de Jordan, los enfados de McEnroe, las subidas a la red de Boris Becker, y los éxitos alemanes, italianos, brasileños o argentinos cada vez que llegaban un Mundial o una Eurocopa.
Ahora, los seguidores españoles son los nuevos «ricos» de los que hablaba el otro día el seleccionador, que se han acostumbrado a ganar, a tener el éxito como costumbre, incluso en disciplinas que antes de existir un campeón nacional pasaban de puntillas por las audiencias televisivas. España es una potencia mundial en deporte, con ganadores en las más diversas modalidades, que, además, hacen de embajadores de valores como el esfuerzo, el sacrificio, el compañerismo o la deportividad. Tendrán que pasar varias generaciones para dar el valor real que tiene que un muchacho de Sant Boi haya llegado a ser una de las estrellas de los legendarios Lakers y tenga, de momento, dos anillos de la NBA. O que Fernando Alonso sea considerado por los entendidos el piloto con más clase de todos los de la parrilla después de la retirada de Schumacher, y el mítico Ferrari se haya puesto en sus manos para recuperar las épocas doradas.
Nadal es la tercera pata de la «Armada», campeón de todo a pesar de convivir con Federer, por títulos, el mejor tenista de la historia. Detrás de estas grandes estrellas, es imposible olvidar a Contador, Lorenzo, Pedrosa, Sastre, la Selección de balonmano, y una larga lista que termina, o empieza, en el fútbol, el deporte rey, que siempre dio las mayores decepciones y que ahora se ha apuntado a la edad de oro con una triple corona de la que nadie puede presumir. Ni siquiera Beckenbauer, Cruyff, Zoff, Müller o Zinedine Zidane. A los que tanto se envidiaba por dominar esa pelota de cuero que ahora es española.
Alonso, Lorenzo y los Juegos de Londres
Cada vez quedan menos rincones del deporte al que no haya llegado la progresión del deporte y los deportistas españoles. Es cierto que la nieve, el hielo y las pruebas de atletismo de velocidad no están hechos para ellos, pero todo llegará. Lo mismo sucedía, por ejemplo, en Fórmula Uno, donde ahora domina Alonso, y han tenido que pasar diez años para que un piloto nacional –Lorenzo– se impusiera en el Mundial de las motos «grandes». El siguiente reto es en equipo y es derrotar a la NBA en Londres 2012.
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