Crítica de cine
«La conspiración»: Un juicio acartonado
Dirección: Robert Redford. Guión: James D. Solomon. Intérpretes: James McAvoy, Robin Wright, Kevin Kline, Evan Rachel Wood. EE UU, 2011. Duración: 123 minutos. Drama histórico.
Habrá que esperar a Steven Spielberg para saber si, esta vez, ha querido emular a Griffith o a Ford en su meditación sobre Abraham Lincoln. De momento, Robert Redford solamente ha utilizado el cadáver del presidente ilustre como huella del primer magnicidio político que sacudió a la sociedad norteamericana. Lincoln es un pretexto para que Redford pase revista a la caza de brujas que organizó el secretario del departamento de Guerra, Edwin Stanton (un irreconocible Kevin Kline), para buscar culpables y castigarlos con la pena de muerte. La madre de uno de los conspiradores, Mary Surratt (Robin Wright), fue juzgada por un tribunal militar que no dudó en falsear pruebas y comprar testigos para inculparla. No es difícil comprobar en qué consiste la estrategia de Redford, que, desde los lejanos tiempos de «El candidato» o «Los tres días del cóndor», ha entrenado el músculo de su conciencia liberal sin hacer bandera de su imagen pública. Una estrategia que resulta interesante, dado que recupera un episodio oscuro de la historia americana para explicar la reciente resurrección de la xenofobia y el fanatismo de un país que siempre se ha sentido presionado por la amenaza del otro.
La estrategia es, también, muy problemática, porque Redford identifica a los miembros de la Unión con los republicanos y a los conspiradores confederados con los demócratas. En su película, que sigue la clásica estructura narrativa del cine de juicios, con un abogado idealista (James McAvoy) que funciona como proyección especular del propio director de «Gente corriente», los sureños acusados del asesinato de Lincoln parecen tener una dignidad y una nobleza propias de las víctimas que lo son por proteger sus libertades individuales del poder opresor. Redford se olvida de que, por aquel entonces, los hombres del Sur se negaban a abolir la esclavitud y, lo más importante, se olvida de inyectar algo de vida a un conjunto flácido y acartonado, que, henchido de importancia, defiende sus argumentos con la vehemencia de un candidato electoral que pierde en los sondeos.
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