Ibiza

Gilipolling

La Razón
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Ocho jóvenes han muerto en Ibiza y Mallorca practicando el «balconing». El supuesto «balconing» consiste en lanzarse desde la terraza o balcón de la habitación de un hotel a la piscina del mismo. Un cálculo preciso finaliza en chapuzón grosero. Un fallo en el cálculo significa el jardazo, las secuelas para toda la vida, o lo que es peor, la muerte. Ocho de los especialistas en «balconing» se han encontrado con ella, con la muerte, por gilipollas. Lamentable para ellos y sus familias. La muerte es el destino asegurado para todo ser que nace a la vida. Los creyentes creen en la vida futura y los agnósticos en la nada, el sueño permanente y negro. Hay muertes dignas y ejemplares, y muertes cretinas. Se muere por la Patria, por las ideas, por las convicciones, por las creencias, por la seguridad de los seres queridos y por lealtad con uno mismo. Se muere también por accidentes y circunstancias inesperadas. Se muere porque el organismo humano así lo decide y la ciencia no ha alcanzado la fórmula del remedio. Y se muere por nacer idiota. Se muere porque el tiempo sobre la tierra conlleva la devastación del organismo. Se muere porque otros deciden adelantar la muerte de los demás mediante la barbarie y la violencia. Y se muere de amor y de melancolía. A cada uno le viene su hora y su minuto de despedida. Pero no se puede morir por ser imbécil. Lo del «balconing», que ya por su voz adoptada es una majadería, no tiene excusa tolerable. El que muere haciendo «balconing» lo hace practicando el «gilipolling». Y morir haciendo el «gilipolling» es de gilipollas, y que en paz descansen.

La administración es lenta en reaccionar. Se anuncia que, a partir de ahora, todos los que practiquen el «balconing» serán multados con trescientos euros. Los que han determinado esa cantidad de sanción también son expertos en «gilipolling». En la sociedad más recaudadora por multas y sanciones, trescientos euros equivalen a una propina a la Administración. Al español que haga el «balconing» o el «gilipolling» hay que crujirle la cuenta corriente, y si el practicante es extranjero, se le cruje también, y posteriormente se le expulsa de España. Que haga «balconing» en Liverpool o en Manchester. A ver qué tal.

No se trata de una locura individual, sino de una modita de masas. He conocido a personas que pusieron fin a sus días con extravagante originalidad. Desde el huevero de Baracaldo que se suicidó por cuernos, al miembro de la ONG «Salvemos a las pirañas» que murió devorado por las pirañas en el río Tapajós, afluente del Amazonas, cuando demostraba a otros miembros de la ONG –similar a «Acció Solidaria» de Barcelona– que las pirañas eran inofensivas. El fallecido, Ricard Papiolas Burrull, fue atacado por un carcumen pirañero al efectuar su tercera brazada, y no quedó de él ni su camiseta con la leyenda «Som una Nació». Con las pirañas no se juega, pero Papiolas Burrull lo averiguó con dramática tardanza.

He visto escenas escalofriantes de jóvenes practicando el «gilipolling» en hoteles de las Baleares. Me pregunto para qué tienen los hoteles el número de teléfono de la Policía. En el ámbito verbal, todo lo que comprende y admite la Real Academia Española forma parte de la corrección. Y urge la sanción por hacer el gilipollas poniendo en riesgo la vida. Estos no son suicidas, ni héroes, ni valientes, ni osados. Son unos gilipollas por oposición. Que se vayan a su homing a hacer balconing en la piscining con la puting maming que les parioning.