San Antonio
Francisco Jódar: «Un terremoto es más crudo que lo que se ve por televisión»
Lorca resultó herida de zarpa por el final de una rara primavera, ataviada con las fauces ávidas, como sólo la tierra sabe lesionar cuando ha perdido todo rasgo de compostura. Poco recordaba este enclave «de suelo grato y castillos encumbrados, espada contra malvados y del Reino, segura llave» –como reza su escudo-, que albergaba un pueblo entrenado para las mayores asperezas, perteneciente a linajes antiguos que aprendieron a soportar los reveses con la más alta de las dignidades. Tres meses después de los terremotos que la dejaron maltrecha, su primer edil hace balance de los daños, agravios y méritos de sus convecinos, al tiempo que nos habla de las ayudas para recuperar el esplendor de antaño.
–¿Sienten que nos hemos olvidado un poco de Lorca por el Ibex, Gadafi o la noticia que sea?
–Los españoles no se han olvidado de Lorca, pero al no salir en los medios muchos creen que se ha solucionado el problema y que ya ha llegado ayuda del Gobierno, cuando la realidad es que las que han llegado son mínimas y, las contempladas en el Real Decreto, insuficientes.
–¿Cuántas edificaciones quedan por demoler, cuántas por levantar?
–Ya hemos superado las 200 construcciones demolidas de todo tipo, que incluían 850 viviendas habitadas, pero lamentablemente pasaremos de las mil. Todo eso hay que levantarlo de nuevo.
–¿Y cuánta gente vive aún en el campamento?
–Hemos conseguido pasar de las 10.000 personas de los primeros días a 150, pero no hay parque de viviendas en alquiler, ya que el 80 por ciento de las viviendas han resultado afectadas.
–¿Qué problemas están surgiendo en la convivencia bajo las lonas?
–Imagine lo que es vivir en una tienda de campaña a 40 grados y con las lógicas normas de funcionamiento de un campamento.
–¿Qué ha descubierto sobre el ser humano en estos momentos tan duros?
–A los lorquinos la catástrofe nos ha unido y nos ha hecho más fuertes. He descubierto la solidaridad de la gente y sus grandes gestos de apoyo y afecto.
–¿Cómo se mantiene «la paz civil» en una situación tan adversa?
–Es difícil sobre todo cuando hay quien dice que ha llegado un dinero que no sólo no llega sino que, en muchos casos, ni siquiera va a llegar. Cada vez me resulta más difícil convencer a los ciudadanos de que la vía del diálogo es la más adecuada para conseguir la recuperación.
–¿Qué impresión se llevaron los deportistas que visitaron el barrio de La Viña, el más afectado?
–Que un terremoto es más crudo de lo que se ve en televisión, por lo que la gente tiene que serguir ayudando y los lorquinos mirando hacia delante.
–Galas benéficas, programas especiales, festivales… Pero para levantar Lorca hará falta más que ánimo.
–Efectivamente. Gracias a los donativos que han hecho en las cuentas solidarias del Ayuntamiento los más perjudicados ya están empezando a recibir dos millones de euros. Pero hace falta mucho más. El pueblo de Lorca teme ser olvidado y estos actos nos mantienen abierta la puerta a la esperanza.
–Al principio, todo fue solidaridad. ¿Se han quedado cortas las ayudas?
–La catástrofe de Lorca es una cuestión de Estado, y esto es algo que el Gobierno no ha terminado de entender. Es imposible una solución cuando sólo se ofrece a Lorca financiar el 30 por ciento de la reconstrucción del patrimonio histórico, el 50 por ciento del Plan de Vivienda y el 50 por ciento de la restauración de los inmuebles municipales.
-¿Cuáles son ahora las prioridades?
–Primero se necesitan viviendas provisionales y las ayudas para arreglar los daños; y paralelamente ayudas para que los comercios empiecen a abrir.
–¿En qué consiste el Plan Lorca?
–En él se refleja lo que los agentes sociales reclaman para que dentro de cuatro años Lorca pueda estar donde estaría si no hubieran ocurrido los terremotos. Son 1.600 millones que tiene que poner el Gobierno, como ocurrió en Galicia tras el «Prestige».
–¿En qué situación están lugares tan emblemáticos como la Colegiata de San Patricio o el Porche de San Antonio? ¿Sufrieron tan mala suerte como la iglesia de la Virgen de las Huertas?
–Sufrieron la misma mala suerte: están cerrados, aunque confiamos en que las cajas de ahorros que se han comprometido a arreglar estos templos consigan reabrirlos pronto.
–Para colmo se le añadió otro problema: la «crisis del pepino»...
–Esto es lo que puede terminar de rematar la única actividad económica que funcionaba con normalidad en Lorca tras el 11 de mayo. Se necesita una solución ya.
–Dicen los agricultores que si se recibe la mitad de lo solicitado, se cubrirían gastos, pero si sólo es un tercio, el campo murciano entraría en bancarrota.
–Efectivamente, además son muchos los puestos de trabajo que están en juego y muchos de ellos de afectados por los seísmos.
–Hay rabia, impotencia, sensación de abandono… ¿Cuál es la mayor demanda que le llega?
–Sobre todo que la gente no encuentra piso de alquiler y que han perdido la única fuente de ingresos que tenían porque el negocio en el que trabajaban está destrozado.
–¿Qué importancia han tenido entidades como Cáritas, para poder continuar día a día en esta situación «de campaña»?
–Han sido fundamentales, Cáritas gestiona el banco de alimentos y ropa, mientras que Cruz Roja está colaborando en el campamento desde el primer momento y está facilitando el material escolar y libros; y Save The Children realiza actividades para los menores.
–¿En qué situación se encuentra el pequeño comercio?
–El 40 por ciento sigue cerrado y la inmensa mayoría no tenían seguro, así que, como no le lleguen ayudas, pronto nos quedaremos sin un tejido comercial que era un referente enla región de Murcia.
–¿Cómo ha respondido el turismo a estos meses de «apertura por reforma»?
–El Castillo está recibiendo bastantes visitas, pero necesitamos más turistas que pasen al menos una noche aquí, coman y compren.
–Esta desgracia le ha acercado más a su pueblo. ¿Qué ha sabido de ellos que ignoraba?
–Que a pesar de que llevamos tres meses y medio viendo que no vamos a recibir la ayuda que necesitamos, han sido capaces de ser pacientes mientras intentamos que el Gobierno cumpla su palabra. Pero la paciencia se agota, también la mía.
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