África

Agitación civil

El Ejército egipcio «promete» no usar la fuerza contra el pueblo

Los manifestantes exigieron ayer al Ejército egipcio en la plaza de Tahrir que se posicionara. De hecho, lanzaron un ultimátum en el que amenazaban con llegar hasta el palacio presidencial si antes del jueves no obtenían una respuesta. Por primera vez en la última semana, las Fuerzas Armadas se pronunciaron.

Miles de egipcios se concentran en la plaza Tahrir, el corazón de El Cairo, para exigir la renuncia del régimen del presidente Hosni Mubarak, en el séptimo día de manifestaciones contra el mandatario
Miles de egipcios se concentran en la plaza Tahrir, el corazón de El Cairo, para exigir la renuncia del régimen del presidente Hosni Mubarak, en el séptimo día de manifestaciones contra el mandatariolarazon

Por un lado, consideran «legítimas» las demandas de los egipcios, por otro, prometen que no usarán la fuerza contra los opositores.
«Nunca hemos utilizado ni vamos a utilizar la fuerza contra este pueblo», explican los uniformados en un comunicado, que añaden que su presencia en las calles es «para garantizar las seguridad del pueblo egipcio».

Hace 48 horas, el fin del régimen de Mubarak parecía inminente, pero éste ha conseguido recobrar algo de fuerza y ganar tiempo con una astuta estrategia, tanto sobre el terreno como política. En la calle, el presidente egipcio ha dado muestra de fortaleza sacando a sus principales pilares: el Ejército, que ha tomado los puntos neurálgicos de la capital y mantiene el orden y la seguridad en las principales ciudades; y la Policía, que volvió ayer a las calles después de haberse retirado el viernes por la noche, tras un día de enfrentamientos violentísimos con los manifestantes, que se saldaron con decenas de muertos y centenares de heridos.

Por otra parte, Mubarak ha intentado lavar la imagen de su régimen estancado y corrupto con la formación de un nuevo Gobierno, que busca apaciguar los ánimos, pero cuya remodelación ha resultado insuficiente y ridícula para la mayor parte de los egipcios, que exigen poder elegir de mocráticamente a sus gobernantes. Sin grandes anuncios oficiales, Mubarak ha lanzado un claro mensaje a la oposición y a Occidente al pedir a su vicepresidente, Omar Suleiman, que emprenda reformas democráticas y redirija la situación económica, con el desempleo y la inflación disparados, y que está en el origen de la revolución, que tras siete días sólo tiene una reivindicación: el fin de Mubarak.

Hoy, coincidiendo con una semana del principio de las revueltas, los grupos prodemocracia y movimientos juveniles han vuelto a convocar una jornada de movilizaciones, en la que esperan reunir a un millón de personas en las calles de El Cairo para dar el golpe mortal al régimen que se tambalea pero no acaba de caer.

Los activistas tratan de organizarse como pueden, con las redes sociales inutilizadas y el servicio de mensajería móvil que aún no ha sido restablecido, conscientes de que el clamor popular no puede disminuir en estos momentos cruciales en los que el «rais» se renueva con promesas que llegan demasiado tarde.


El corazón sigue latiendo
La céntrica plaza de Tahrir sigue siendo el núcleo duro de la revolución egipcia. Desde el domingo por la noche, miles de personas permanecen acampadas para exigir el fin de Hosni Mubarak. Durante el día alcanzan las decenas de miles, que llegan desde todos los puntos de la ciudad, gritando consignas contra el régimen y mostrando carteles, cada vez más ingeniosos y sinceros. Un hombre sujetaba una pancarta en la que se resumía la historia de este régimen: «30 años, 1 presidente, 80 millones de personas sufriendo». Por la noche, quedan los más revolucionarios, que cantan y sueñan con la caída del Faraón, al calor de improvisadas hogueras, compartiendo comida, rezos y esperanzas.