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El beso mostoleño

La Razón
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Si es como el de Iker, pelín canalla y anticipado por unos ojillos de crío gamberro a punto de hacerla, el beso mostoleño, debería figurar en las guías turísticas como los fresones de Aranjuéz o el anís de Chinchón, y comercializarse al por mayor. Otra cosa es que para su producción haga falta un fenómeno capaz, en solo treinta minutos, de frenar a Robben, llorar a moco tendido y brindarles a los que han dicho toda clase de majaderías, la higa más romántica y elegante que se recuerda. Sospecho que, en ese caso, la cosa no debe estar tan extendida. Casillas, ese chico de Móstoles al que su madre le ponía enfrente de un futbolín para que comiera, ha conseguido con un solo gesto trasmitir el doble mensaje del "te quiero"para ella y el "que os den"para los demás, y lo ha hecho ante millones de personas para que no quepa la menor duda ni de lo uno ni de lo otro. Mejor, imposible. Los franceses tendrán el beso de Rodin y los austriacos el de Klimt, pero los madrileños tenemos el de Iker a su churri que, además de todo, seguro que le supo a gloria. Patrimonio Nacional debería protegerlo.