Melilla
«La Policía marroquí ocultó a la española que nos había retenido»
Hasta dos veces negaron la evidencia. Las más de seis horas que pasamos dos reporteros de LA RAZÓN retenidos en la Comisaría de Policía Aduanera marroquí, en la frontera de Beni-Enzar, provocaron que agentes españoles cruzaran la «tierra de nadie» que separa España de Marruecos para preguntar por nuestro paradero, obteniendo la callada por respuesta.
Cerca de las dos de la madrugada, y con nuestro pasaporte ya en la mano, fuimos recibidos en Melilla por agentes españoles que nos dieron la bienvenida con cierto alivio. «Nos han dicho que ahí no había nadie, que no habían detenido a ningún periodista. Podía haber pasado cualquier cosa. Con esta gente nunca se sabe. Temíamos que volvierais apaleados o que os trasladaran a la cárcel de Kenitra», explicaron. También nos informaron de que podíamos presentar una denuncia: «Os podían haber complicado la vida, esto es una locura sin orden ni concierto».
Permisos cancelados
Fuimos testigos directos de la tensión que se vive en el paso más populoso de entrada a suelo español tras semanas de denuncias de Rabat por la supuesta «brutalidad policial española». Este periódico trató de obtener los permisos correspondientes de la Delegación del Gobierno en Melilla para trabajar en el cruce, pero se nos informó de que «no se conceden hace meses».
La intención era fotografiar las pancartas contra España, colgadas ilegalmente por activistas (debidamente jaleados ) a escasos metros del primer puesto policial. Después de lograr el sello de entrada en el lado marroquí, y tras la pertinente identificación como informadores de LA RAZÓN, tratamos de obtener una imagen de las banderas alauíes y las fotografías hirientes de mujeres policías desde una azotea. La puerta estaba abierta y las familias que vivían en el edificio no pusieron impedimento alguno a que pasáramos. Pero nuestra presencia llegó a oídos de la Policía marroquí a través del «guardián del edificio» y ya no pudimos disponer de ninguna libertad de movimiento hasta bien entrada la madrugada.
Sin pasaportes
Sin pasaporte y sin carné de Prensa, las horas iban pasando en la entrada de la comisaría a la que fuimos trasladados. Agentes uniformados, de paisano y todo un rosario de hombres de oficio desconocido pasaban y repasaban ante nuestras narices. Apenas nos miraban, a ratos parecían divertidos con la situación, y a ratos, enfadados. Nadie se identificó, nadie reveló su rango y, según entendimos, la «ofensa» consistió en grabar sin permiso en una zona de seguridad. Con el estómago lleno tras romper el ayuno del Ramadán, las caras cambiaron y llegaron otros oficiales. Todavía en ese momento disponíamos de nuestros móviles, así que al tiempo que decidían qué hacer con nosotros fuimos dictando a ratitos la crónica para la que fuimos enviados aquí.
Entrada la noche, el que bautizamos como «el que manda» –supuestamente el jefe del servicio– nos hizo pasar a un despacho en la primera planta con otros cinco agentes. Así comenzó el interrogatorio y el registro de todo nuestro equipo fotográfico y de las tarjetas de memoria de los teléfonos móviles.
El supuesto mandamás inspeccionaba con una lupa nuestros documentos de viaje a la vez que iba lanzando preguntas a uno y a otro en un correcto inglés. Con tan inquisidoras cuestiones (relativas a los países visitados, visados, idiomas o curriculum) pretendían verificar que no trabajábamos para algún servicio secreto en una zona que, como cualquier frontera, es un nido de informantes. Todas las fotos de la cámara desaparecieron y los policías desmontaron repetidamente los celulares enfrente de nosotros.
Un supuesto agente estaba convencido de que Luis Díaz, el fotógrafo, tenía más imágenes y de que esta reportera hablaba francés. Nos costó un buen rato sacarlo de su error. Cuando los silencios se prolongaban más de diez minutos, mirábamos fijamente hacia el suelo u ojeábamos algún periódico. Es mejor no responder a algo que no te han preguntado. «¿Habéis llamado al consulado?». La respuesta, cierta por otra parte, fue negativa. «No os va a hacer falta». Mejor para todos.
El intento de ponernos nerviosos era evidente. Se sucedían las llamadas, los faxes, y nuestro guardián fumaba sin parar con el ruido de fondo de nuestros móviles, que no paraban de sonar. Después de cinco horas, nos dieron un vaso de agua y nos hicieron salir. Pudimos escuchar cómo nombraban a nuestro diario y sopesaban su tendencia ideológica en un tono que se iba calentando. Al rato llegó el «delator», con más cara de susto que de otra cosa, para contrastar nuestra versión. La paciencia se iba agotando y en ese punto sólo queríamos saber si nos iban a acusar de algo.
Veredicto favorable
La fortuna quiso, según la Policía, que el oficial de guardia fuera uno de los «moderados». Nuestra profesión de periodistas también nos benefició. «Si hubiera sido cualquier otro ciudadano le habríamos perdido la pista», reconocen los agentes. Al parecer, Marruecos no está interesado en tensar la cuerda hasta ese punto, y el juicio improvisado acabó en un veredicto favorable. «Os podéis marchar, pero la próxima vez pedid permiso», dijeron. «¿Podemos entonces volver mañana?», inquirimos. «Ni mañana ni pasado trabajamos aquí», fue la respuesta. No fuimos acusados de nada, no nos leyeron nuestros derechos, no nos maltrataron, pero nos quitaron seis horas de trabajo, y de libertad, con absoluta impunidad.
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