El Cairo
El final de la dinastía Mubarak
La revolución ha empezado en Egipto y ya es imparable: en su sexto día de protestas, los egipcios se sienten victoriosos y bajaron a las calles desde primera hora de la mañana para celebrar lo que ya consideran el fin del régimen del presidente Mubarak.
El ambiente era pacífico, casi festivo a mediodía en la plaza de Tahrir, en el centro de El Cairo, que se ha convertido en el epicentro de la revuleta y en símbolo de la misma.
En ese punto los militares mantenían la seguridad y se mezclaban con los manifestantes, bailaban y cantaban con ellos, que subidos a las tanquetas gritaban que el pueblo y el Ejército son uno solo. Las Fuerzas Armadas han sido muy bien recibidas, pero éstas no acaban de dar el paso definitivo de la revolución. La misión de los militares es mantener el orden en las calles y defender la vida de los egipcios.
La caída de Mubarak parece inminente y todos en la capital la dan por segura. En las calles del Cairo los egipcios de todas las edades, sin importar la ideología o condición social, coinciden en que treita años de poder son más que suficientes. Y parecen dispuestos a luchar con todas sus fuerzas para hacer la revolución y por protegerla.
Ayer por la tarde, los ciudadanos empezaron a organizarse en comites populares para proteger cada barrio, cada casa y cada comercio de los pillajes que empezaron a extenderse el viernes. En varios barrios de la clase media alta, los vecinos colocaron a un guardián en cada portal para defenderse de los supuestos matones e inflitrados que el régimen habría soldato por toda la ciudad para sembrar el caos y el pánico. Las Fuerzas de Seguridad leales a Mubarak habrían empezado a disparar contra los manifestantes, entre los que podría haber un centenar de muertos, aunque al cierre de esta edición no se tenían cifras oficiales. Los cuerpos de las víctimas eran llevados en volandas por sus compañeros de protesta, que clamaban vengar la sangre de los «mártires». El toque de queda declarado ayer desde las 16:00 horas no impidió que la violencia se repitiera y se propagara al caer la noche.
Mientras la situación política se dirige a un peligroso vacío de poder, Hosni Mubarak trató ayer de salvarse a la desesperada y designó por primera vez en sus tres décadas de mandato a un vicepresidente: Omar Suleiman, jefe de los servicios secretos egipcios y hombre de confianza del dictador, además de uno de los nombres que se barajaban para sucederle. Esta figura, más bien oscura, fue rechazada inmediatamente por las calles, donde poco después de conocerse la noticia se podían oír gritos en su contra. Este movimiento político amenaza con encolerizar aún más a los manifestantes, al igual que la designación del militar Ahmed Shaquif, hasta ahora ministro de Aviación, para que forme un nuevo Gobierno que también rechazan todas las fuerzas de la oposición. Mohamed el Baradei insistió hoy en que el presidente Hosni Mubarak debe renunciar y calificó como un «cambio de figuras» el nombramiento de los dos generales como vicepresidente y primer ministro. «Es hora de que Mubarak renuncie; si no, Egipto va a colapsar», añadió El Baradei en declaraciones al canal de televisión Al Yazira.
Libertad y democracia
Para Tarek, un joven de clase alta con estándares de vida muy por encima de la gran mayoría de los egipcios, «el presidente no ha entendido que lo que queremos es que se vaya». Una opinión similar a la Isam, aunque se encuentre en unas condiciones muy distintas. Este joven desempleado de 25 años que asegura que «el presidente lo es todo y para que haya un cambio real debe irse».
La remodelación del Ejecutivo, por tanto, no ha calmado los ánimos de un pueblo egipcio que exige libertad, justicia y democracia. Unas demandas que Mubarak no ha sabido colmar en sus treinta años de presidencia.
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