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Un estilo propio en el Congreso de los Diputados por Manuel CALDERÓN
Tener un estilo propio no es fácil. Tampoco se puede improvisar, porque tarde o temprano saldrá el actor aficionado. En política, puede ser desastroso. Un estilo propio es una obra de larga maduración, incluso para quien haya decidido ser un tipo normal (entendámonos: poco afectado) y presidente del Gobierno a la vez. Un estilo propio puede ser una obra de arte en la que uno se empeña en cuanto empieza a tener uso de razón, de manera que la persona se confunde con el personaje. Mejor dicho: son la misma cosa. Un estilo propio es el método más seguro para no perder los papeles y seguir la orientación del sentido común. Tener un estilo propio puede ser la obra de una vida: es una estética, pero también una ética. Siempre es mejor hablar que gritar, aunque nos obligue a escrutar el silencio. Así que cuando Mariano Rajoy apareció ayer en el Hemiciclo de las Cortes y desde el asiento que ha ocupado en las dos pasadas legislaturas miró al otro lado de la herradura, realizó uno de esos ejercicios que aseguran la continuidad del menos malo de los sistemas políticos (quien conozca otro mejor, que pida la palabra): ponerse en lugar del otro. Mariano Rajoy actuó con la seguridad de quien tiene un estilo propio.
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