América

Energía nuclear

Palomares mon amour por Ramón TAMAMES

La limpieza tiene que financiarla EE UU. Sobre todo, cuando Obama dice ser partidario de acabar con las armas nucleares en todo el mundo…

Palomares, mon amour, por Ramón TAMAMES
Palomares, mon amour, por Ramón TAMAMESlarazon

El episodio de Palomares es bien conocido: un B-52 transportaba por lo menos cuatro, y algunos dicen que hasta cinco bombas termonucleares B-28 de 1,5 megatones; con un equivalente a 60 bombas de Hiroshima, cada una.

Dos de las bombas quedaron intactas, una en tierra y otra en el mar, y fueron rescatadas. Pero otras dos cayeron cerca del pueblo de Palomares, explotando los detonantes convencionales que ambos artilugios portaban, deflagraciones que esparcieron unos 20 kg de plutonio altamente radiactivo por los alrededores. De lo que, 45 años después, aún quedan restos de alto poder contaminante.

Que no explotaran las dos bombas que cayeron a tierra se debió a un dispositivo aún mantenido bajo secreto. Lo que evitó una tragedia que seguramente habría acabado con el régimen de Franco, responsable final del episodio por sus célebres pactos con Eisenhower de 1953.

No se sabe lo que supondrá descontaminar lo que resta de plutonio y uranio. Pero lo que sí está claro es que esos trabajos tiene que financiarlos EE UU. Sería una buena gestión de su actual Embajador Alan Solomon activar el tema; sobre todo, cuando Obama dice ser partidario de acabar con las armas nucleares en todo el mundo… y se supone que con las secuelas de lo que la US Air Force hacía por los años 60 y 70 del pasado siglo.

Ana Recarte Vicente-Arche, del Instituto de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares, analista del tema a fondo, subraya que el episodio en cuestión no afectó absolutamente para nada las relaciones España/USA; aparte del célebre baño de Fraga Iribarne y Cía. en las aguas del accidente.

En definitiva, las negligencias y permisividades que se evidenciaron por parte de las autoridades españolas con lo de Palomares sentaron las bases de una política que tiende a minimizar la importancia de los conflictos ambientales, siempre que esté por medio una superpotencia, o alguna multinacional de gran porte; como sucedió con el caso Aznalcóllar y la transnacional Bolidén.