Literatura
OPINIÓN: Poesía popular
Uno de los libros más singulares de cuantos han visto la luz durante 2010 ha sido el que, bajo el título de «Aforismos, dichos y refranes del rock», ha lanzado la editorial Hiperión. Con selección y traducción de Alberto Manzano, este volumen constituye una magnífica ilustración de cómo los conductos por los que la filosofía y la poesía se transmiten a la sociedad se han diversificado en las últimas décadas, hasta el punto de convertir las letras que alimentan la música popular en el más conmovedor exponente de la literatura y pensamiento contemporáneos. Algunas de las frases firmadas por Leonard Cohen, Bob Dylan, Tom Waits, Nick Cave, Suzanne Vega, Patti Smith o Bruce Springsteen –por citar un pequeñísimo número de los compositores incluidos– representan algunas de las cimas de la reflexión actual y demuestran en qué grado una reconstrucción que pretenda ser integral, honesta y desprejuiciada de la historia más reciente de la poesía ha de tener en cuenta a ese ejército ingente de versos que se ha colado, de manera natural, en las melodías populares.
Aunque este magnífico libro se circunscribe estrictamente al ámbito del rock anglosajón, el ejemplo aportado por el pop, el indie y el rock españoles es lo suficientemente prolijo y fecundo en ejercicios literarios brillantes como para merecer una recopilación similar a la ahora comentada. De hecho, casos como los de Enrique Urquijo, Antonio Vega, Loquillo, Joaquín Sabina, Andrés Calamaro, Extremoduro, Los Planetas o el más reciente de Fito no se pueden ni se deben olvidar en cualquier antología fiable de la poesía contemporánea en castellano. Las letras de sus temas constituyen paradigmas incomparables de una escritura de precisión forjada no tanto en la invención de frases cuanto en la recuperación de todo ese corpus de expresiones que circula como destellos de lucidez por el conjunto del tejido social. La auténtica y genial poesía funciona a la manera de un «readymade»: recupera del caudal ciego de lo cotidiano palabras que están urdidas, desgarradas con cientos y cientos de experiencias individuales y colectivas. No cabe duda: las mejores palabras que nos dan estos días tan previsibles y correctos las escuchamos en barras de bar y salas de conciertos.
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