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Derecho a vivir por Agustín García Calvo
Me veo metido en la taberna, al terminar el partido de fútbol, entre unos cuantos amigotes, que, por el aquel de vestir de mono con manchas y no corbata de ejecutivo, se dejan llamar y se llaman ellos mismos obreros, y hasta, si se lo han enseñado en el Sindicato, proletarios, ¡qué le vas a hacer!, el caso es que mandan apagar la Tele y me llevan con ellos a un rincón convidándome a tinto bueno, para que hablemos de la situación, la crisis, los recortes de puestos y salarios y los agobios que con eso están pasando todos, que no sé qué querrán que yo les diga, tan ajeno a ese barullo, pero al menos los oigo y se lo paso a los lectores: –Que es que se han pasao, tío. –Hundirnos en la miseria pa salvarse ellos de sus trampas. –¡Que les den! Antes de todo, uno tiene derecho a vivir, ¿eh, don Gustavo? Otro chato. –Es que, Rogelio, eso del derecho, ya sé, las leyes, la justicia, pero lo de vivir no sé qué es, y ¿cómo puede casar, amigos, la vida con el derecho? –Déjese de filosofías, don Gustavo: el caso es que uno tiéne que ganarse la vida, ¿no? –Eso es lo que manda el Amo. –Eso, y, pa vivir, uno y los suyos, tié que tener un trabajo. –Decente, no de miseria. –Y estable, ¡coño!, no que te lo quiten de un papirotazo por… –por necesidades del Poder de Dios. –¿Eh, amigo Gustavo? Échese otro. –Lo que sé es que, si la vida es cosa buena, de Arriba no puede caer nada bueno. –¿Nada? Hombre, aunque no sea, pa vestirse uno y los críos como Dios manda, y nuestros garbanzos. –Bueno, Satur, algo más gordos por media estamos que nuestros padres hace treinta años. –Ahora a lo mejor adelgazamos algo con la crisis. –¡So, que ahí viene el Frisco con su zampoña! A ver qué nos trae hoy.–¡Tilín, tilín! ¡Oído, gamberros!, una fabulilla del Iriarte o alguien: la del Cerdo Quejumbroso. –A ver por dónde… –Se rascaba el Cerdo, y se sentía flaco, roñoso, escuchimizao, y lloraba «¡Gru, gru, ñau, que no, que no engordo, no me pongo lustroso, estoy hecho una lástima de gorrino, y ya pronto está al llegar San Martín, y no voy a poder darle al Amo unos buenos jamones ni tocino rico ni siquiera un rabo y unos pezuños dignos, gru, gru, mísero de mí, qué vergüenza, que no voy a cumplir con mi destino, ñau!».
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