El Cairo
Fin del personaje
ZP está decidido a matarse a pellizcos, cada día un rato, hasta que llegue la noche de su resurrección civil y vuele, con Sonsoles, lejos de Moncloa. Atropellado por las circunstancias, amonedó su personaje de presidente y le dio color pastel y precio de planta de oportunidades. Si Churchill fue capaz de crear Jordania con un papel y un lápiz sentado en un café de El Cairo, él, que ya era estadista, se atrevió a podar toda una ideología y la hizo confortable, ingrávida, delicuescente. La izquierda dejó de ser la salvación para los que se quedaron en la inclusa y pasó a ser cosas diversas: montar en bicicleta, creer en el cambio climático, dejar de fumar, mantener el statu quo, salir en «Vogue», ser moderno, ser feliz, sonreír tontamente. Todo, menos aprender inglés. En estos tiempos, debemos decir que la sonrisa es, en parte, una cuestión de ahorro: se gasta menos energía que mostrando enojo. Los músculos trabajan menos. Quizá el tipo estaba ahorrando preventivamente, pero ahora que arrecia la crisis no es estético colgarse la risa bobalicona. Aún menos para aunciar que subirá impuestos. A la postre, con su rosario de errores, su fe en la propia suerte y su desgana, ha ayudado a despertar una conciencia más real de la izquierda. La de los que están dolidos porque los bancos han ganado 17.000 millones, después de que los obreros inyectaran sus impuestos en los cimientos para que no cayera el palacio financiero.
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