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La indiscreción por José Luis Alvite

La Razón
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No entiendo que alguien se escandalice por las filtraciones periodísticas que se producen con motivo de las comparecencias judiciales de Iñaki Urdangarín. Habida cuenta de la larga tradición de indiscreciones, lo preocupante sería que en este caso el hermetismo judicial fuese absoluto. En algunas ocasiones el juez instructor se habrá enterado con precisión del contenido del sumario gracias a haber leído su transcripción literal en los diarios. Conviene no olvidar que vivimos en España, un país en el que algunas mujeres acuden a la peluquería para recordar con certeza lo que hicieron en absoluto secreto la última vez que salieron por la noche. Yo tengo claro que lo mejor que uno puede hacer para que a su pesar se conozcan sus impresiones más intimas sobre cualquier asunto, es confiarle su secreto a alguien que parezca de fiar. A los españoles nos cuesta mucho guardar un secreto porque consideramos que su revelación constituye la única manera de demostrar que alguien confió alguna vez en nosotros. Por eso en España para que algo se propague no hay nada mejor que declararlo secreto. Yo creo que cuando alguien te hace una confidencia y te exige discreción, por lo general lo hace con la esperanza de que no cumplas tu palabra y dejará de confiar en ti si le guardas tenazmente el secreto. Es sabido que en su relación con los periodistas, son muchos los políticos que piden absoluta reserva cuando hacen una confesión que sin duda esperan ver publicada al día siguiente en el diario. Si de verdad los políticos deseasen mantener en secreto lo que piensan, no se lo contarían a nadie. Pero vivimos en una sociedad ansiosa ávida de noticias y ansiosa de traiciones, en un mundo en el que para muchos la discreción consiste en enterrar su secreto en la primera página del periódico.